lunes, 12 de octubre de 2020

Real y maravilloso.

 Real y maravilloso.




  Real y Maravilloso ha sido el transcurrir de la literatura y sus universos imposibles de concebir por las mentes ordinarias, pero puestas en el tablero de los libros por tipos provistos de una inabarcable imaginación que conciben y describen seres fantásticos en situaciones de fábula
   ¿Qué otra cosa puede ser un libro, sino el catálogo en prosa de lo imposible? 
   Desde los primeros relatos, sean estos de la hagiografía o la mera crónica, nos encontramos esos seres increíbles. Una serpiente que habla es la primera criatura que se relata. No solamente hablaba sino que poseía el espíritu del engaño. Y a esa criatura nos acostumbramos sin preguntarnos cómo es que podía esa serpiente hablar el mismo lenguaje del Todopoderoso que era, sin duda, también el lenguaje de sus creaturas. Prodigio mayor que ese no ha de haber nunca mas. 
   También las potestades babilónicas son extraordinarias: deidades con cabeza de león, cuerpo de ave y en vez de garras, manos humanas. Se les corona con cuernos y se les termina el cuerpo en una cola puntiaguda que es como una flecha afilada. Así mismo, seres divinos con faz de halcones, o cobras de cuellos coloreados en lapislázuli, o sea, de azul añil, círculos de oro y ojos de esmeraldas. 
   ¿Y qué me dices del mundo griego? 
   Cíclopes ( esos tan aterradores porque son engendros gigantescos que poseen un solo ojo, casi ciego, pero singular capacidad de oler criaturas humanas de las que, al devorarlas, prefieren las vísceras oscuras y la sangre caliente. Lo demás, desechable y comida fresca para otras fieras). Neptuno, que es un gran tritón a veces presentado como hombre pero, en realidad, un pez monstruoso. El inframundo tiene a Hades, espanto de forma humana que se presenta entre un torbellino de negra nube. Pero el mas fabuloso de todos es el dios supremo que cambia de forma para, sobre todo, violar mujeres que se consuelan de haber sido forzadas a fornicar porque tendrán un hijo de ese dios multiforme. Aunque ese hijo no les garantice paz ni tranquilidad. 
   Los romanos prefiguran su propio mundo de monstruos cotidianos. Juno, que es implacable. Unas veces jovencita adorable, en otras leona feroz que desgarra músculos y vidas en sus arrebatos de furia. Ninguno de esos seres fabulosos están sujetos a ley alguna...¿ Y cómo? Son parte del bestiario creados por la imaginación del hombre.  
     Por los lados del Nuevo Mundo se erigen las bestias fabulosas, incorporadas a la cotidianidad y por ello, familiares a toda la cultura que abarca el norte, el centro y el sur de América. Tomahawk, el del norte es un dios que aparece en su forma de halcón, o como una cargada nube de presentimientos oscuros y por ello temida hasta donde no se puede por aquellos seres humanos de hace siglos. Entre los aztecas el dios pájaro al que llamaron Quetzacoalt ( serpiente emplumada) quien, al contrario de sus feligreses no era caníbal, ni gustaba de sacrificios humanos. Era un ser increado que desapareció un día cualquiera prometiendo volver, pero no lo hizo. Su arcano aseguraba que los españoles montados en un caballo, acorazados de hierro y provistos de arcabuces mortales eran la transfiguración del dios. En el sur, dioses acuáticos como Amalivacá, que revolvía los cauces y se presentaba como hombre a comer con los ribereños el pescado frito y los ocumos silvestres. Luego les avisaba la abundancia o escasez de las cosechas de maíz y les advertía sobre los aguaceros o la sequía.   Los Epowonomas ( que son mis preferidos) de las orillas del Orinoco, inasibles criaturas que, en vez de sobre el cuello, llevan la cabeza en el pecho. Y las sirenas de agua dulce, que no son las mismas hechiceras en La Ilíada que cantan con voz de diosas pero al caer en el mar, adormecido el marinero por la melodía ensoñadora, es devorado por sus puntiagudos dientes en dos hileras que les desgarran las carnes y las comen mientras se sumergen en el profundo cañón marítimo. Las del Orinoco, no. Dicen los navegantes que eran hermosas y sensuales. De redondos senos y curvas firmes hasta el ombligo. De ahi en adelante, solo eran peces amables, que no podían hablar, ni cantar. 
     Estas criaturas las produce el hombre en sus libros. 
     Y como leo a unos escritores jóvenes rechazando el "boom" latinoamericano, y con ello a Cortázar, a Vargas Llosa, al venezolano González león, a García Márquez afirmando, o contradiciendo al afirmar que la nuestra es una literatura fantástica, que nada hay como la europea que es racionalista, equilibrada, lógica...voy y me tomo un café y les respondo desde lejos: si, "cómo nié". El racional Quijote de la Mancha, los muy equilibrados Gargantúa y Pantagruel y el lógico Hamlet que ve de continuo el fantasma de su padre que lo induce a matar a los transgresores del lecho nupcial, o sea su madre, la reina y Claudio, el tío adúltero devenido en monarca filicida.
     El mundo está creado por el hombre que cuenta, relata su entorno y escribe lo que la imaginación le dicta. Todo lo demás, son los  hijos no reconocidos de la literatura.  

lunes, 5 de octubre de 2020

El Padre extraviado.

 El Padre extraviado.


     No, que va. Tenemos que admitir que la humanidad siempre ha buscado un padre tanto celestial como terrenal. Del celestial ha pedido que sea el Justo, el Vengador. Que sea el padre que busque al enemigo y lo castigue en nombre de sus hijos que, o no quieren llenarse las manos de sangre, o son muy cobardes para enfrentar a sus opresores y entonces, elevando los ojos al cielo declaran: “arriba hay un dios que todo lo mira” o ¨Él se hará cargo de mis deudores”. Del terrenal, un Mesías. Un líder redentor que los oriente en la conquista de la victoria y que, sobre todo, pelee por ellos. Es histórico. Un Padre celestial que todo lo juzga, que todo lo entiende, que todo lo resuelve en lugar de una humanidad que se asume como hija nunca madura, nunca realizada. Y el otro, padre terrenal que los favorezca con una herencia de placeres y comodidades. Es una humanidad que carece del sentido de la responsabilidad que le ha sido otorgado, ese al cual muchos hombres y mujeres de las ciencias, de la historia,  de las artes lo han definido con amplitud y precisión como libre albedrío y decisión, pero resulta soslayado por la mayoría que prefiere enfocar sus ojos en el cielo insondable.

     Si no puedes, Padre Eterno, mandas a tus arcángeles, esos de los mandobles de fuego, esos de ojos fieros que paralizarán al enemigo mío. Manda tus huestes vengadoras, tus ejércitos para que se hagan cargo de estos terráqueos que se apropian de la paz y la tranquilidad, de la riqueza y la prosperidad de todos nosotros. Mándalos, Señor, que nosotros en lugar de afilar las espadas y aprestarnos para enfrentarlos te dejaremos ese trabajo a ti, mientras elevamos nuestras alabanzas y oraciones contra el enemigo…en la penumbra de los templos, o en la comodidad de nuestras casas. Anda, Vengador, en mi nombre y el de mi familia a encargarte de mis asuntos.

     Así mas o menos ha sido la historia de la humanidad. Al menos de los judíos y de los latinos. De los griegos no, porque los griegos consiguieron que sus dioses lucharan con ellos en el mismo campo de batalla. A veces amigos o a veces enemigos, pero los griegos y los troyanos asumían sus peleas con audacia y gallardía. Cientos de pueblos resultaron arrasados y muchas culturas quedaron las unas debajo de las ruinas de las otras. Pero lucharon.

     Los latinos, no. Y de los latinos venimos nosotros. Los romanos, que son el pueblo sincretizado de entre los etruscos y los troyanos, fueron una máquina de guerra hasta que entendieron que el Derecho Natural, y el Derecho Canónico eran mas fuertes que las guerras para hacer crecer a la sociedad.

     Y lo intentaron. Puede que lo hayan conseguido un tiempo razonablemente largo. A eso se le llamó Pax Romana, o Cultura Romana que es lo mismo.

    Mas, luego de sepultar a la escuela de las armas y de la razón, la iglesia retomó su viejo poder e influencias y tornó a someter a la sociedad al arbitrio de los dioses, pero ya no los cercanos de los griegos que se odiaban entre sí, se ayuntaban con humanos y tenían hijos semidivinos como Aquiles, el corpulento aqueo que prefirió la muerte en batalla a disfrutar como inmortal que era,  del reposo y la piedad. O Eneas, el hermoso, que igual le rompía el corazón a Didó y la provocaba el suicidio tanto como se sacrificaba por  Creusa y se dejaba romper el corazón.

    La Iglesia católica reemplazó a esos seres semidivinos por los santos y les adjudicó poderes de antaño: Santa Lucía para las lluvias y las siembras, como si fuese Proserpina;  San Antonio para las casamenteras en lugar de Artemisa, San Cristóbal para los viajeros como lo hizo Mercurio en la antigüedad…o  Marte por San Miguel Arcángel, la espada flamígera de Jehová contra los enemigos.

     El humano bajó un tramo de la escala y ahora, en lugar de enfrentarse responsablemente a sus tareas de vida, sabiendo que los dioses han retornado a sus olimpos, a sus alturas, a sus cielos insondables, prefiere invocarlos una y otra vez. En el fondo sabe que los dioses no volverán.

     Pero es más fácil pedirles que se hagan cargo del asunto. Por eso la cantinela de la Justicia Divina contra el malvado. Y el malvado se abanica con viento fresco sabiendo que esas son pamplinas. El feligrés insiste en invocar al Altísimo para que encabece las procesiones, sabiendo que el Altísimo reposa en el fondo del universo y no vendrá.

     Aún así, La humanidad no está desamparada. Su fortaleza es lo creado por sí misma. Es su tarea y esa tarea la olvidan, no la cumplen. No asumen su propia grandeza. Solo unos pocos lo intentan: son la ciencia, son las artes, son la civilidad.

     Dios está en su séptimo y tan eternamente inagotable día de descanso. Su reemplazo en la tierra es, exactamente, el ser humano que intenta, en el breve lapso de la vida, concebir nuevas maneras, conservar las heredadas y proseguir la evolución sin saber hasta dónde podrá llegar.

     Eso no es problema de Jehová. Él, merecidamente, disfruta su Sabbath. 



lunes, 28 de septiembre de 2020

El Dios de las víctimas.

El Dios de las víctimas. 

     Me detengo en el Rito Shangó, de Recife, Brasil. Leo el libro en dos idiomas, porque la suerte de no se cuál albur me lo puso en mi biblioteca en Inglés y Castellano. De inmediato debo recorrer las otras fases que son en Cuba y en Haití, donde el negrerío retoma sus cultos y recita a sus dioses para pedirles protección. El rito Shangó no pretende iniciar una guerra santa, ni siquiera deseaba ser expuesto a todos los que no fuesen negros, ni tampoco que los entendieran como religión auténtica. Son solo eso: un conjunto de deidades de africanos que se entienden entre ellos, estableciendo los límites de sus cielos y sus infiernos solo para su comunidad. Todavía explotan el misterio que generaron bataqueados por los traficantes de esclavos que se los trajeron en sentinas de barcos, embutidos en cajas rectangulares sitas en las bodegas de los barcos, mecidos por el mar, en urnas para vivientes de donde no iban a salir sino hasta llegar al puerto de desembarque. Debió ser el horror mas grande sentido por hombre alguno. A su lado, el llanto de los otros negros, arrebatados a sus tierras ancestrales, sometidos por el palo de unos comerciantes de almas, ululante el grito de indefensión ante el verdugo.

     Y las mujeres, todas jóvenes, en edad de parir. Si jóvenes son todos, mejor: valen mas en el mercado de esclavos.

     Cuando los desembarcan, el cuerpo llagado, entre los que se infectaron; flacos, lánguidos los senos poderosos de las negras, esmirriadas las piernas, colgantes las nalgas femeninas,  son lavados rápidamente porque el mercader no espera, ni el navegante tampoco porque apenas entregue la carga saldrá de nuevo a cazar esclavos en su coto preferido que es la dócil costa africana. 

     Y ahí se quedan cientos de hombres y mujeres que, tal vez, nunca antes se vieron. Jóvenes que hace unos meses atrás cazaban sus animales de consumo, pastoreaban sus ovejas, cabestreaban sus vacas, descalzos, pacientes, pobres y resignados a todo, menos a ser esclavos de otros humanos no mucho mejores que ellos. 

     Los que desembarcan son los sobrevivientes. De noche, recogidos los cuerpos de los fallecidos en las cajas de las bodegas, empatucados de vómitos, orines y heces, son extraidos con rudeza para, en la misma operación echarlos al mar sin contemplaciones. Durante el sepelio en alta mar, solo se escucha el maldecir del traficante que veía en cada captura fenecida la pérdida pura y simple de "su" mercancía. 

     Abandonados en manos de sus explotadores que ni siquiera aplicaban para ellos el mínimo mandamiento de su cristiandad que señalaba aquello de no hacer al prójimo lo que para sí no quieren, sencillamente porque los negros no son sus prójimos.Los negros son nada. El Dios de los vencedores es Jehová entre los blancos y su profeta es Jesús. Esos dioses no están disponibles para los negros, porque si lo estuviesen debían responderles de las oraciones  el amargo pedirles piedad, que les consigan la compasión que nunca se les mostró. Esclavos y paganos, doblemente castigados. 

     ¿Pero es que acaso el paganismo de los africanos es un delito? Claro que no. Son paganos para si. Les cuadra en su terreno espiritual la adoración a deidades propias. Los paganos africanos, ya te dije, no emprendieron una guerra santa contra los cristianos ni contra los musulmanes, aunque si otras guerras entre ellos, pero hoy no hablamos de eso. 

     Deben, entonces, asumir su propio dios, el dios de las victimas, el dios de los humillados que no es para protegerlos sino para consolarlos. No tiene que ser un dios que ofrezca el paraiso ni la eternidad, sino uno que durante el día del Cumbe les permita refocilarce en el baile sensual, en el goce de su hembra, en la entrega a su macho sin cortapisas. Entregarse en la floresta entre quejidos y carcajadas, dejarse caer encima de las hojas abrazados para después, sudorosos, bañarse en los mansos cauces  de los ríos, lavarse el uno al otro con ternezas, secar sus cuerpos y volver al cumbe para cantar, para agradecer a sus dioses del consuelo a quienes no les piden venganza, ni con quienes amenazan a sus captores, sino solamente solicitan un día mas sobre esta tierra desconocida que les permita, de sobrevivencia en sobrevivencia, volver a su África tan lejana a la cual, todavía no lo saben, nunca volverán porque son pastores y no navegantes. 

     ¿Cuál es el nombre del Dios de las víctimas? 

     No lo se. Hasta ahora y en todas partes se menciona y adora al dios de los verdugos. El Dios de los vencidos es anónimo, disperso, desconocido.

     A veces Shangó pudiera ser. 

     

lunes, 21 de septiembre de 2020

Milenaria búsqueda de la luz

 


Milenaria búsqueda de la luz. 

     Es que pienso en el origen de toda civilidad y encuentro que cada civilización dispone de un imaginario donde todo comienza con la enunciación de un padre y una madre de luz originarios. No está mal y en verdad debe ser cierto que, desde hace miles de años, se debió organizar la cosa alrededor de unos padres fundadores. Admitido: somos originados por padres fundadores cuyos nombres saben ustedes cuáles son, para esta parte de la cultura humana que se rige por La Biblia. Bueno, a veces los Incas contradicen el génesis social judío, y  ponen a sus propios mitos fundacionales  por delante, y tienen razón. Explicarlo, así como explicación didáctica, sería pretencioso. Sin embargo, los remito a La Rama Dorada,  de J.G. Fraser, por un lado, y por el otro que es mas sencillo, el libro del cuasi olvidado Claude Levi- Strauss que se llama Mitológicas (Lo Crudo y Lo Cocido). 

     Pero no es eso lo que me angustia. El origen de la humanidad no tiene por qué preocuparme a estas alturas de la vida, ya senecto, y casi que preparado para una vejez tranquilamente silenciosa, en medio de las penumbras cotidianas, los dolores de rodilla y el aromoso café de la madrugada, poco antes de comenzar a escribir lo que me he propuesto. 

     Esa es otra cosa: Leo y releo que todo origen, aparte del puerperal, está en los libros. Todo es la palabra escrita. Los grandes héroes de la antiguedad como Aquiles, como Ulises, como Julio César ( no estoy seguro de que Julio César haya sido un héroe...Alejandro Magno tampoco, pero son tipos famosos que modificaron el mundo donde vivieron), repito, los grandes héroes son un constructo literario. Tengo que evadir meterme por el muy transitado mar bíblico. Es peligroso manosear a los personajes de ese libro. Además, se ha dicho casi todo, y se insiste demasiado, digo yo, en repetir tales historias. Sin embargo, me gusta la de Torre de Babel. Es fenoménica. Todos allí ocupados en los cálculos de volúmenes, en las proporciones geométricas de cada bloque megalítico conque hacer  las bases del primer edificio que fuese mas allá de los acostumbrados ocho metros de altura, y treintidós de base de las inconfundibles mastabas sumerias. Ese origen de las pirámides, ese nacer de la ingeniería que salta de las cuevas y el bahareque del desierto para proponerse un edificio tan alto que llegara hasta las nubes. Y me gusta mas pasearme por el celo de Dios, y de los ángeles, claro, preocupados porque esa pila de audaces consiguieran rasgar el velo divino, ascender hasta  el éter, y penetrar la casa de los dioses habitada ahí, en lo alto. 

    Fantástico: los seres humanos hacen temblar a los dioses. Me gusta. 

     Y los dioses reunidos de emergencia, en el cielo, tapados por negras nubes de tormenta, ocultos de los ojos topográficos humanos, en conciliábulo se preguntan qué hacer. Los  hombres traen poder en las manos. No para herirlos, sino para asir las propiedades del etéreo espacio divino. 

     ¡Ea, ahí vienen los humanos en concierto gritándose ordenanzas de pónlo aquí, o mas allá, trae la escalera, pásame la soga...! Vienen en ordenado tropel ( se puede ser ordenado en el desorden, digo yo) y en coro se comunican. Los dioses son inteligentes y asumen que siendo como son de todas partes de la tierra mundo, los hombres hablan el mismo idioma, leen y han leído el mismo libro, entonces el trueno y el relámpago sobrehumano, mezquino, excluyente de los dioses se estrella en el intelecto de la humanidad y les hace cambiar las señas del lenguaje común. 

     La Torre se derrumba. Pero no la de argamasa y tierra extraida del Nilo, sino la torre de palabras conque se construye el mundo. Conque se ha construido, claramente.  Se nota. 

     Todo es el libro. Cualquier libro. La humanidad, abatida, confusa quiere reescribir el libro originario. Aquél que les da identidad. El lenguaje único de la creación primera ( que hay muchas ya se sabe. Y no son recreaciones, sino nuevas vidas surgidas de las cenizas de la anterior, que traen consigo el mandato milenario de mencionarlo todo,  desde que el primer hombre designó con la palabra piedra,  a un objeto duro e inerte con el que había tropezado en la oscuridad. Piedra, somos también la piedra). Por eso el tánto escribir. No importan las matemáticas, ni la álgebra, ni la química, ni los cálculos infinitesimales. Esa no es la creación. Lo que importa es la poesía, el cuento, la narrativa, la novela...esas palabras que describen al hombre y sus afanes, a las mujeres y su eternidad, a los niños y la ternura, a los montes, a los árboles, a los animales y el canto de los pájaros o a las temidas pantorrillas de los demonios del pánico, cubiertas de pelambre, fétidas por el sudor, enrojecido el falo enhiesto que apunta hacia la vagina de las inocentes. 

     Volver al libro primero, a la palabra única.Todos los libros son el mismo libro, es lo que late en la imaginación. Todas las palabras que son todas las estrellas, cada una de ellas viviendo en el espacio inmenso, desunidas, millones y millones, dando luz cada una para iluminar a la otra. Y el hombre, afanoso, reuniendo estrellas para describir la vida. 

     Eso somos. 

      

domingo, 13 de septiembre de 2020

Eternos emigrantes

   Eternos emigrantes. 

     Hace noches vengo pensando en los caminantes que cruzaron el Estrecho de Bering. Me sorprendió el tema cuando cursaba el bachillerato y pude observar una lámina muy lamentable que reproducía a un grupo de gente caminando sobre el hielo, vestidos con espesas pieles, portando polivalentes cayados junto a  una busaca de víveres colgada de los hombros. El Estrecho queda entre Asia y América. Como era muy chamo,  tampoco sabía dónde se localizaban Alaska y Siberia, que estaban unidas por el paso firme llamado Bering. Solo recuerdo el rostro cuadrado de gente que asemejaba simios, caminando sobre el hielo. Pero muchos años después, el rostro de los simios sugeridos como emigrantes, cabe al Polo Norte, fue sustituido por unos mas contemporáneos, porque el hombre de hoy ha sabido reproducir las facciones de los hombres del ayer. No tan distintos los primitivos de los actuales. Con una buena afeitada se han desvelado muchos semejanzas. 

     ¡Ea!, ese no es el punto. 

     Desde Alaska bajo cada noche hasta las tierras de Canadá, del Este norteamericano, del medio y el pleno Oeste, e inevitablemente se me presenta una película de Jhon Ford como director, aliado a  Jhon Wayne como actor, exterminando gentes porque, dicen las películas gringas, son salvajes. Bueno, sí: son salvajes porque bailan a sus dioses para provocar la lluvia y no consultan la Biblia Protestante, sino que imploran alrededor de una fogata (siempre según la estética del señor Ford), para que el Gran Tomahawk deje la pereza y mueva las nubes que se requieren preñadas de aguas porque hay que rociar la cosecha. Son salvajes: en esos mismos años la Iglesia Católica movilizaba sus imágenes santas para conseguir el mismo objetivo porque, al dejar de llover, se requiere la intervención divina, la propia, la original y no la de esos dioses salvajes...los extraños.

     Esa pudo haber sido la mayor operación literaria concebida por el hombre. Una fábula poderosa, convincente, definitoria. Esos tipos se vienen de Europa, cruzan el atlántico y les caen a los originarios del norte invocando que son personas que merecen ser catolizados. ¡Oh!...¡estamos colonizando en nombre de un dios que es extranjero en el suelo donde ha llegado para someter a sus habitantes...pero, ¡hey!...Un momento: esos indígenas son los descendientes de los que cruzaron el Bering hace unos miles de años. Son tus hermanos, catire. Han construido su propia versión del Dios que tu llamas auténtico. Pero, no: aquí está el libro original, el que contiene la palabra del Dios revelado, ese que tu no conoces., ese que tu nunca has visto. Ese, que es verdadero y no falso como el tuyo...que te lo digo yo, que lo aprendí entre inciensos y homilías trascendentes en las iglesias donde habita el dios verdadero...

     ¿Pero, y el mío, que habita todo el cielo que tu puedas ver que no está encerrado en las iglesias, que se manifiesta en el viento, en las nubes, en las aguas?...¿Ese no es verdadero?

     No: el verdadero se manifiesta en el Jordán, que es un río. Se muestra como una paloma, como una llama ardiente en el desierto, como una zarza de ramas secas en la pradera. No es el tuyo, al cual sacrificas hombres y mujeres en un baño de sangre para pedirle buenaventuras.

     ¿Y Abraham no ofreció a su hijo para conseguir el favor de su dios? ¿Y no sacrifican corderos para ser agradables a su Señor? ¿Y no hicieron una guerra entre dos continentes para exterminar a los infieles y rescatar el sarcófago de tu martirizado Dios Encarnado, muerto por tus propias manos, execrado, extrañado de su tierra para irse a vivir a Roma?  ¿Por qué mis dioses son inferiores a los tuyos, extranjero?

     El extranjero eres tu, expulsado de El  Paraíso, al que te hemos de retornar, como lo ordena mi libro. 

    ¿Qué mas me queda? Ahí mismo se aproxima Maracaibo, navegado a través del Coquivacoa, habitado por la primera oleada de los marchantes del Bering, que fueron dejando atrás los fríos parajes de la vieja Canadá, de la también antigua tierra del Missisipi, pasaron por Tenochtitlan y siguieron viaje por el espinazo  selvático de América hasta encontrar placer en habitar la cuenca y las tierras del lago. Construyen casas salvajes, primitivas, lacustres encima de su lago. Son muy salvajes, y no tan civilizados como los habitantes del brazo de mar que en Europa se llama Venecia, que construye sus casas encima de las aguas del mediterráneo.  

     A estos tipos semidesnudos hay que imponerlos de civilidad. Y ahí se presenta de nuevo el garrote de su Dios, azotando las costillas de los nativos, que creen en Mene, en Manaure...en Yara, la primera mujer de volúmenes grandes, primera diosa fertilizadora de las tierras del sur. 

      Otro ¡Hey!...Ya va, ya va: estos indios marabinos guardan genes de los toscos migrantes del Bering. ¿Por qué son los extraños, los distintos?

     Entonces, en la madrugada se escucha el retumbo de Albert Camùs, El Extranjero, que retorna a su casa de siempre, viniendo desde otro pais. Es el extraño al que se debe suprimir. Él dice: Sentía deseos de asegurarle que yo era como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo. Pero esto en el fondo no tenía gran utilidad y renuncié por pereza”.

     La madrugada me devuelve también el nombre de lewis H.Morgan, aquel norteamericano que de tanto hurgar entre los salvajes de su tierra, encontró que sus raíces fonéticas, morfémicas, sintagmáticas tenían algo de los lenguajes antiguos de la Europa anglo, de  las estepas sajonas y de los idiomas arábigos que se aposentaron en pueblos como el Líbano, Siria, y la aglutinante de todos que fue Grecia.

     Y yo, que escribo en el tono lingual de un bisnieto del latín antiguo nacido de la fusión de los griegos y los etruscos. 

     ¿Qué dices ahora? 

     ¿Eres extranjero en tu propio mundo? 

martes, 8 de septiembre de 2020

El paso del hombre en la tierra

 El paso del hombre en la tierra. 

Amanezco pensando en El Coloso de Rhodas, y lo veo tal como en una extraviada película de cuyo accionar solo me quedó la imagen de un barco fenicio cruzando debajo de las piernas del monumento, poco antes de ser derrumbado por el fuego de la batalla. 

Derruido lo bello construido por el hombre que no pensaba que otros lo odiarían tanto como para devastarlo. Y esa imagen me lleva hasta pensar en Las Columnas de Hércules que no se dónde quedaban y  que tampoco las vi en película alguna. Hay quienes dicen que estaban en el Estrecho de Gibraltar. 

Y por ahí discurro: Los Jardines colgantes de Semíramis, que era una reina bellísima, dicen, de gran imaginación y amor por su gente de Babilonia. Si los jardines están, mas arribita las Pirámides los preanuncian, como los templos de dioses griegos avisaban de que una gente con gran espiritualidad habitaba los alrededores. Pienso en la Torre de Babel, situada, hay que creerlo, muy cerca de los jardines de la reina. Total, es Babilonia también. 

Me arrastro por los vericuetos de la historia, me provoca algo de música y recurro a Verdi que era también un creador superior. Pero no mas que ninguno de los otros que pueden hacer un vallenato de gran tenor, o cantar una canción serrana como Yo Tengo Unos Ojos negros de Pablo Ara Lucena. Es el mundo creado, el mundo que tiene belleza, el que se aproxima en avalancha y dice que La Vida quiere vivir. La vida quiere vivir. Me detengo allí: ¡epa, hey, la vida, amigo!

Es la vida palpitante: aquellos locos quemaron al Coloso, pero luego van a crear en Fenicia un imperio talasocrático que difunde el élixir sanificador de los dioses indoeuropeos por el resto del mediterráneo, y eso, puede ser, los reivindicará de los desmanes. Y vienen los hombres construyendo y destruyendo su propia creación, incesantemente. Piden su Mesías por los lados del mar de Galilea y se les presenta Jesús, pero no les gusta a los suplicantes por no ser un dios montado en un rayo, como Zeús, ni impacable como Júpiter...no,no, no: demasiado dulce este Dios, que además es humano y come con los pescadores a la orilla de la playa. Este no puede ser, pero los contradice cuando, si falla la pesca ordena echar de nuevo las redes y cientos de gordos pescados, todos del mismo tamaño caen en las redes. Y poco después multiplica la comida, y cura ciegos, y revive fallecidos...pero, no es dios, porque los dioses conocidos destruyen, castigan, enjuician y este  este amiga a los hermanos, consuela a los tristes, perdona a las pecadoras y se deja acariciar los cabellos por una ramera...no es.

¿Entonces, cómo es Dios? ¿Cuál es el rostro del supremo? 

No debe estar en las pétreas caras de los mayas, ni en los angulados rostros de naríz ganchuda de los Incas, ni en la extraña faz indescifrable de Amalivacá, que vive en las aguas profundas y emerge cubierto de algas pluviales, portando un intimidante bastón de dura madera en vez del martillo de Thor.

Puede que sea un signo metafísico en los petroglifos de los Yanomami. Un signo tallado en una roja piedra de cuarzo, puesto allí, a la vista de todos, sobre la reluciente y mansa pizarra de las sabanas de la Amazonía. 

No me lo imagino. 

Pero de la sangre de los destructores nacen los que construyeron la Pirámide Eiffel, que es un nuevo Coloso en París, no de patas de barro y piedra, sino de acero que pregonan el nacimiento de una era nueva. Con los escombros de la destruida Biblioteca de Alejandría, se construyen los monasterios en las escarpadas montañas de Grecia, al borde del mar, inaccesibles para los profanos que pudieran portar las llamas destructoras. 

Sobre las cenizas de la destruida vida, una nueva vida se construye. Subo a El Ávila y huelo las hierbas que han crecido con las últimas lluvias. Piso el suelo compactado por el agua, resistiendo la erosión, cambiando cada vez que cae un aguacero. Piso la transformada senda, que es la misma, ahora surcada por miles de nuevas grietas que aparecen en la inmensa montaña. Luego de la primera curva del sendero se escucha el rumor poderoso de las aguas bajando desde la cima. Por la puerta vegetal de un bosque entra una pareja que seguramente se harán el amor debajo de los árboles. Se amarán y luego, un tanto exhaustos seguirán ascendiendo hasta el puesto del guardaparques. 

Una rosa de la montaña humilde y blanca se ofrece, y en mis oidos escucho el segundo poema del Cantar de los Cantares: "¡¡La voz de mi Amado!Helo aquí que ya viene,saltando por los montes,brincando por los collados.

La voz de la Destrucción, la voz de la Creación. 

Ni El Ávila hoy puede devolverme paz. Solo la encontraré escribiendo sin cesar. Escribir, y nunca dejar de pensar en El Coloso de Rhodas. 

Verdi se afinca.  Ma dall´arido Stelo Divulsa.

lunes, 31 de agosto de 2020

El paraiso siempre ha estado aquí

       El Paraíso siempre ha estado aquí. 

     Sentado en la oscuridad (siempre me ha gustado, desde cuando era chavalito) me da por recordar el principio de la Biblia ( se llama Génesis, ya se sabe) y escuchar la voz de Jehová expulsando a los humanos de El Edén. Los traductores le llamaron Paraiso, pero hoy me atrevo a contradecirlos y creo que eso realmente significaba Mi Tierra. Si, sin duda, porque no me imagino a El Paraíso como un jardín de bellezas lleno de flores, riachuelos y colinitas preciosas donde compartir el quebrado vuelo de las mariposas, y mas bien repaso de inmediato las heladas inmensidades (donde nunca he ido y no creo poder) de El Polo Norte, igual que las no menos extensas de El Polo Sur porque este existe, y a  casi nadie a quien le pregunto se le ocurre que El Polo Sur es igual de helado que el  otro Polo . Sencillamente  el de Europa es el que se recuerda en la gente. Debe ser por la incesante publicidad recibida relativa a que se llegó, por fin, a plantar una u otra bandera en el centro mismo de la polaridad. Además, las brújulas apuntan todas hacia allá, menos las cabalísticas que tienen otra atracción magnética. Pero de eso no hablaremos hoy. Es arduo. La magia, la hechicería, los seres fantásticos que son dioses o semidioses claros u oscuros resultan escabrosos, jabonosos, inmarcesibles. 

     Como pienso en eso, la imagen de unos lapones felices, montados en un trineo arrastrado por domesticados lobos esteparios, recubiertos en pieles y mas pieles que los caliente el cuerpo (también me pregunto de cuántos grados es la temperatura de esos cuerpos). En el trópico la media es de 36º, pero aquí nos calienta el sol. Por eso ¿cuánto es la temperatura corporal de los que solo tienen   en   invierno dos horas de luz y en verano solo dos de oscuridad? Es que como uno vive debajo del sol, se imagina que todos los seres vivientes deben de preferir lo mismo, y ahora nos hemos enterado que eso no es  así. Los lapones andan de lo mas felices traficando sobre la nieve infinita para ellos, que la recorren sin necesidad de avisos o señales, porque se saben el camino puede que de modo telepático...¡qué se yo!, y arrancan así, sin nada mas, el rumbo sobre sus patines llevando como aviso el ladrar de sus perros. También pienso en sus  libros. Nunca he leído una novela escrita por un lapón, ni por un esquimal. Tampoco se si son de la misma raza. No sabemos nada de ellos, sin embargo, y este es el punto, ellos están felices viviendo en una tierra que es hielo, que es agua congelada y se aman, aman a sus hijos y les piden querer profundamente a su tierra. 

     También entra en la ristra el pueblo tibetano. Estos asiáticos viven en El Techo del Mundo. Estamos hablando de que pueden agarrar las estrellas con las manos, o darle un paseito a la luna si les provocase. Es exagerado, por supuesto, pero ¡hombre! esos señores, con sus señoras y sus hijos viven en la parte mas alta del globo que es de todos y al parecer no se visten con pieles sino con túnicas de un solo color, llevan la cabeza rapada (eso relatan las películas), y se comunican con Dios en placenteros templos perfumados por inciensos consagrados. Para ellos su Tíbet es la parte mas hermosa de la creación. Me pregunto cómo es la música que prefieren. 

    Y ahí, enfrente, el caluroso mar pacífico donde viven los polinesios. Esa gente anda bien. Las mujeres bailan que es una maravilla, llevan los senos al descubierto y son bien bonitas. Los hombres son inmensos, buenos navegantes y llevan en su embarcación a todas sus mujeres: pueden tener un número "legal" según sus reglas y convivir con ellas en una sola casa. Los polinesios son mas del mar que de la tierra. O mas bien anfibios: de día en el mar, de noche en la isla, tocando el ukulele. Sí hemos escuchado su música y hemos visto cómo tocan la guitarra, con tanta languidez. 

     Hacia mas al Sur, Las galapágos y el continente latinoamericano  con los incas que construyeron Machu Picchu. O sea, Patallaqta, que quiere decir "la ciudad de arriba". Una hermosa ciudad que es asiento del Inca Tupac, Dios hijo del Sol, nada menos. El mismo nombre que se le da a Faraón, a quien no le puedes mirar a los ojos porque te quemas. Una que es de montaña inaccesible, y la otra que es desierto seco y calcinante son las civilizaciones a las que sus habitantes llaman Mi tierra. 

    Dale la vuelta, anda.Dale vuelta al mundo y regresa por el Atlántico para que veas al continente africano, de verdes inmensos, de ríos misteriosos, de hombres semidesnudos (cubiertos con túnicas de colores, adornados de joyas el rostro de ellos  y  de ellas, sus  mujeres, caminando descalzos sobre su tupida arena roja y los escucharás decir que son de Mi tierra, la mas hermosa del mundo, claro. Si vuelves a Portugal, a España, a los brumosos acantilados de Inglaterra o Escocia, si te bajas en el puerto de Gales, si atraviesas las montañas para llegar a París, si te vas a Transilvania...donde vayas el hombre habita "su tierra, mi tierra, nuestra tierra". 

    Eso es lo que se extraña permanentemente. Los desterrados cargan su tierra en los bolsillos. Su tristeza  en el espíritu. Purgan su pecado como los judíos, los únicos en el mundo que no tienen tierra propia, debido a que Moisés pretendió arrancarle la suya a los Amorreos, según mandato de du Dios que los expulsó de El Edén y luego de mil tribulaciones, esclavos en suelo egipcio, los pusiera a vagar durante cuarenta años en la búsqueda de la Tierra Prometida. Ah, no la recocieron: pasaron por una donde el trigo es fértil y fácil de cultivar. Por otra de donde manaba el agua de las piedras. Una mas en donde el pan y la miel caían desde el cielo. Llegaron a la orilla del Nilo, de El Eúfrates, en terreno despoblado, sin dueños, sin habitantes donde pudieron asentarse,  pero decidieron,  humanos al fin, con furia teologal, asaltar "la tierra de los otros" que se llamaba Canaán. Y no, por mas que fuese mandato de Jehová, por mas que le llamasen destino, nadie quiere que su tierra sea invadida, asolada y así, erradicados a la fuerza, se tornen   errantes,  al vivir para siempre el castigo del despojo. 

     No.