No,
que va. Tenemos que admitir que la humanidad siempre ha buscado un padre tanto
celestial como terrenal. Del celestial ha pedido que sea el Justo, el Vengador.
Que sea el padre que busque al enemigo y lo castigue en nombre de sus hijos
que, o no quieren llenarse las manos de sangre, o son muy cobardes para
enfrentar a sus opresores y entonces, elevando los ojos al cielo declaran:
“arriba hay un dios que todo lo mira” o ¨Él se hará cargo de mis deudores”. Del
terrenal, un Mesías. Un líder redentor que los oriente en la conquista de la
victoria y que, sobre todo, pelee por ellos. Es histórico. Un Padre celestial que
todo lo juzga, que todo lo entiende, que todo lo resuelve en lugar de una
humanidad que se asume como hija nunca madura, nunca realizada. Y el otro,
padre terrenal que los favorezca con una herencia de placeres y comodidades. Es
una humanidad que carece del sentido de la responsabilidad que le ha sido
otorgado, ese al cual muchos hombres y mujeres de las ciencias, de la
historia, de las artes lo han definido
con amplitud y precisión como libre albedrío y decisión, pero resulta soslayado
por la mayoría que prefiere enfocar sus ojos en el cielo insondable.
Si
no puedes, Padre Eterno, mandas a tus arcángeles, esos de los mandobles de
fuego, esos de ojos fieros que paralizarán al enemigo mío. Manda tus huestes
vengadoras, tus ejércitos para que se hagan cargo de estos terráqueos que se
apropian de la paz y la tranquilidad, de la riqueza y la prosperidad de todos
nosotros. Mándalos, Señor, que nosotros en lugar de afilar las espadas y
aprestarnos para enfrentarlos te dejaremos ese trabajo a ti, mientras elevamos
nuestras alabanzas y oraciones contra el enemigo…en la penumbra de los templos,
o en la comodidad de nuestras casas. Anda, Vengador, en mi nombre y el de mi
familia a encargarte de mis asuntos.
Así
mas o menos ha sido la historia de la humanidad. Al menos de los judíos y de
los latinos. De los griegos no, porque los griegos consiguieron que sus dioses
lucharan con ellos en el mismo campo de batalla. A veces amigos o a veces
enemigos, pero los griegos y los troyanos asumían sus peleas con audacia y
gallardía. Cientos de pueblos resultaron arrasados y muchas culturas quedaron
las unas debajo de las ruinas de las otras. Pero lucharon.
Los
latinos, no. Y de los latinos venimos nosotros. Los romanos, que son el pueblo
sincretizado de entre los etruscos y los troyanos, fueron una máquina de guerra
hasta que entendieron que el Derecho Natural, y el Derecho Canónico eran mas
fuertes que las guerras para hacer crecer a la sociedad.
Y
lo intentaron. Puede que lo hayan conseguido un tiempo razonablemente largo. A
eso se le llamó Pax Romana, o Cultura Romana que es lo mismo.
Mas,
luego de sepultar a la escuela de las armas y de la razón, la iglesia retomó su
viejo poder e influencias y tornó a someter a la sociedad al arbitrio de los
dioses, pero ya no los cercanos de los griegos que se odiaban entre sí, se
ayuntaban con humanos y tenían hijos semidivinos como Aquiles, el corpulento
aqueo que prefirió la muerte en batalla a disfrutar como inmortal que era, del reposo y la piedad. O Eneas, el hermoso,
que igual le rompía el corazón a Didó y la provocaba el suicidio tanto como se
sacrificaba por Creusa y se dejaba
romper el corazón.
La Iglesia católica reemplazó a esos seres semidivinos por los santos y les adjudicó poderes de antaño: Santa Lucía para las lluvias y las siembras, como si fuese Proserpina; San Antonio para las casamenteras en lugar de Artemisa, San Cristóbal para los viajeros como lo hizo Mercurio en la antigüedad…o Marte por San Miguel Arcángel, la espada flamígera de Jehová contra los enemigos.
El
humano bajó un tramo de la escala y ahora, en lugar de enfrentarse
responsablemente a sus tareas de vida, sabiendo que los dioses han retornado a
sus olimpos, a sus alturas, a sus cielos insondables, prefiere invocarlos una y
otra vez. En el fondo sabe que los dioses no volverán.
Pero
es más fácil pedirles que se hagan cargo del asunto. Por eso la cantinela de la
Justicia Divina contra el malvado. Y el malvado se abanica con viento fresco
sabiendo que esas son pamplinas. El feligrés insiste en invocar al Altísimo
para que encabece las procesiones, sabiendo que el Altísimo reposa en el fondo
del universo y no vendrá.
Aún así, La
humanidad no está desamparada. Su fortaleza es lo creado por sí misma. Es su tarea y
esa tarea la olvidan, no la cumplen. No asumen su propia grandeza. Solo unos pocos lo intentan: son la ciencia, son las artes, son la civilidad.
Dios
está en su séptimo y tan eternamente inagotable día de descanso. Su reemplazo
en la tierra es, exactamente, el ser humano que intenta, en el breve lapso de la vida, concebir nuevas maneras, conservar las heredadas y proseguir la evolución sin saber hasta dónde podrá llegar.
Eso
no es problema de Jehová. Él, merecidamente, disfruta su Sabbath.
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