lunes, 5 de octubre de 2020

El Padre extraviado.

 El Padre extraviado.


     No, que va. Tenemos que admitir que la humanidad siempre ha buscado un padre tanto celestial como terrenal. Del celestial ha pedido que sea el Justo, el Vengador. Que sea el padre que busque al enemigo y lo castigue en nombre de sus hijos que, o no quieren llenarse las manos de sangre, o son muy cobardes para enfrentar a sus opresores y entonces, elevando los ojos al cielo declaran: “arriba hay un dios que todo lo mira” o ¨Él se hará cargo de mis deudores”. Del terrenal, un Mesías. Un líder redentor que los oriente en la conquista de la victoria y que, sobre todo, pelee por ellos. Es histórico. Un Padre celestial que todo lo juzga, que todo lo entiende, que todo lo resuelve en lugar de una humanidad que se asume como hija nunca madura, nunca realizada. Y el otro, padre terrenal que los favorezca con una herencia de placeres y comodidades. Es una humanidad que carece del sentido de la responsabilidad que le ha sido otorgado, ese al cual muchos hombres y mujeres de las ciencias, de la historia,  de las artes lo han definido con amplitud y precisión como libre albedrío y decisión, pero resulta soslayado por la mayoría que prefiere enfocar sus ojos en el cielo insondable.

     Si no puedes, Padre Eterno, mandas a tus arcángeles, esos de los mandobles de fuego, esos de ojos fieros que paralizarán al enemigo mío. Manda tus huestes vengadoras, tus ejércitos para que se hagan cargo de estos terráqueos que se apropian de la paz y la tranquilidad, de la riqueza y la prosperidad de todos nosotros. Mándalos, Señor, que nosotros en lugar de afilar las espadas y aprestarnos para enfrentarlos te dejaremos ese trabajo a ti, mientras elevamos nuestras alabanzas y oraciones contra el enemigo…en la penumbra de los templos, o en la comodidad de nuestras casas. Anda, Vengador, en mi nombre y el de mi familia a encargarte de mis asuntos.

     Así mas o menos ha sido la historia de la humanidad. Al menos de los judíos y de los latinos. De los griegos no, porque los griegos consiguieron que sus dioses lucharan con ellos en el mismo campo de batalla. A veces amigos o a veces enemigos, pero los griegos y los troyanos asumían sus peleas con audacia y gallardía. Cientos de pueblos resultaron arrasados y muchas culturas quedaron las unas debajo de las ruinas de las otras. Pero lucharon.

     Los latinos, no. Y de los latinos venimos nosotros. Los romanos, que son el pueblo sincretizado de entre los etruscos y los troyanos, fueron una máquina de guerra hasta que entendieron que el Derecho Natural, y el Derecho Canónico eran mas fuertes que las guerras para hacer crecer a la sociedad.

     Y lo intentaron. Puede que lo hayan conseguido un tiempo razonablemente largo. A eso se le llamó Pax Romana, o Cultura Romana que es lo mismo.

    Mas, luego de sepultar a la escuela de las armas y de la razón, la iglesia retomó su viejo poder e influencias y tornó a someter a la sociedad al arbitrio de los dioses, pero ya no los cercanos de los griegos que se odiaban entre sí, se ayuntaban con humanos y tenían hijos semidivinos como Aquiles, el corpulento aqueo que prefirió la muerte en batalla a disfrutar como inmortal que era,  del reposo y la piedad. O Eneas, el hermoso, que igual le rompía el corazón a Didó y la provocaba el suicidio tanto como se sacrificaba por  Creusa y se dejaba romper el corazón.

    La Iglesia católica reemplazó a esos seres semidivinos por los santos y les adjudicó poderes de antaño: Santa Lucía para las lluvias y las siembras, como si fuese Proserpina;  San Antonio para las casamenteras en lugar de Artemisa, San Cristóbal para los viajeros como lo hizo Mercurio en la antigüedad…o  Marte por San Miguel Arcángel, la espada flamígera de Jehová contra los enemigos.

     El humano bajó un tramo de la escala y ahora, en lugar de enfrentarse responsablemente a sus tareas de vida, sabiendo que los dioses han retornado a sus olimpos, a sus alturas, a sus cielos insondables, prefiere invocarlos una y otra vez. En el fondo sabe que los dioses no volverán.

     Pero es más fácil pedirles que se hagan cargo del asunto. Por eso la cantinela de la Justicia Divina contra el malvado. Y el malvado se abanica con viento fresco sabiendo que esas son pamplinas. El feligrés insiste en invocar al Altísimo para que encabece las procesiones, sabiendo que el Altísimo reposa en el fondo del universo y no vendrá.

     Aún así, La humanidad no está desamparada. Su fortaleza es lo creado por sí misma. Es su tarea y esa tarea la olvidan, no la cumplen. No asumen su propia grandeza. Solo unos pocos lo intentan: son la ciencia, son las artes, son la civilidad.

     Dios está en su séptimo y tan eternamente inagotable día de descanso. Su reemplazo en la tierra es, exactamente, el ser humano que intenta, en el breve lapso de la vida, concebir nuevas maneras, conservar las heredadas y proseguir la evolución sin saber hasta dónde podrá llegar.

     Eso no es problema de Jehová. Él, merecidamente, disfruta su Sabbath. 



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