El paso del hombre en la tierra.
Amanezco pensando en El Coloso de Rhodas, y lo veo tal como en una extraviada película de cuyo accionar solo me quedó la imagen de un barco fenicio cruzando debajo de las piernas del monumento, poco antes de ser derrumbado por el fuego de la batalla.
Derruido lo bello construido por el hombre que no pensaba que otros lo odiarían tanto como para devastarlo. Y esa imagen me lleva hasta pensar en Las Columnas de Hércules que no se dónde quedaban y que tampoco las vi en película alguna. Hay quienes dicen que estaban en el Estrecho de Gibraltar.
Y por ahí discurro: Los Jardines colgantes de Semíramis, que era una reina bellísima, dicen, de gran imaginación y amor por su gente de Babilonia. Si los jardines están, mas arribita las Pirámides los preanuncian, como los templos de dioses griegos avisaban de que una gente con gran espiritualidad habitaba los alrededores. Pienso en la Torre de Babel, situada, hay que creerlo, muy cerca de los jardines de la reina. Total, es Babilonia también.
Me arrastro por los vericuetos de la historia, me provoca algo de música y recurro a Verdi que era también un creador superior. Pero no mas que ninguno de los otros que pueden hacer un vallenato de gran tenor, o cantar una canción serrana como Yo Tengo Unos Ojos negros de Pablo Ara Lucena. Es el mundo creado, el mundo que tiene belleza, el que se aproxima en avalancha y dice que La Vida quiere vivir. La vida quiere vivir. Me detengo allí: ¡epa, hey, la vida, amigo!
Es la vida palpitante: aquellos locos quemaron al Coloso, pero luego van a crear en Fenicia un imperio talasocrático que difunde el élixir sanificador de los dioses indoeuropeos por el resto del mediterráneo, y eso, puede ser, los reivindicará de los desmanes. Y vienen los hombres construyendo y destruyendo su propia creación, incesantemente. Piden su Mesías por los lados del mar de Galilea y se les presenta Jesús, pero no les gusta a los suplicantes por no ser un dios montado en un rayo, como Zeús, ni impacable como Júpiter...no,no, no: demasiado dulce este Dios, que además es humano y come con los pescadores a la orilla de la playa. Este no puede ser, pero los contradice cuando, si falla la pesca ordena echar de nuevo las redes y cientos de gordos pescados, todos del mismo tamaño caen en las redes. Y poco después multiplica la comida, y cura ciegos, y revive fallecidos...pero, no es dios, porque los dioses conocidos destruyen, castigan, enjuician y este este amiga a los hermanos, consuela a los tristes, perdona a las pecadoras y se deja acariciar los cabellos por una ramera...no es.
¿Entonces, cómo es Dios? ¿Cuál es el rostro del supremo?
No debe estar en las pétreas caras de los mayas, ni en los angulados rostros de naríz ganchuda de los Incas, ni en la extraña faz indescifrable de Amalivacá, que vive en las aguas profundas y emerge cubierto de algas pluviales, portando un intimidante bastón de dura madera en vez del martillo de Thor.
Puede que sea un signo metafísico en los petroglifos de los Yanomami. Un signo tallado en una roja piedra de cuarzo, puesto allí, a la vista de todos, sobre la reluciente y mansa pizarra de las sabanas de la Amazonía.
No me lo imagino.
Pero de la sangre de los destructores nacen los que construyeron la Pirámide Eiffel, que es un nuevo Coloso en París, no de patas de barro y piedra, sino de acero que pregonan el nacimiento de una era nueva. Con los escombros de la destruida Biblioteca de Alejandría, se construyen los monasterios en las escarpadas montañas de Grecia, al borde del mar, inaccesibles para los profanos que pudieran portar las llamas destructoras.
Sobre las cenizas de la destruida vida, una nueva vida se construye. Subo a El Ávila y huelo las hierbas que han crecido con las últimas lluvias. Piso el suelo compactado por el agua, resistiendo la erosión, cambiando cada vez que cae un aguacero. Piso la transformada senda, que es la misma, ahora surcada por miles de nuevas grietas que aparecen en la inmensa montaña. Luego de la primera curva del sendero se escucha el rumor poderoso de las aguas bajando desde la cima. Por la puerta vegetal de un bosque entra una pareja que seguramente se harán el amor debajo de los árboles. Se amarán y luego, un tanto exhaustos seguirán ascendiendo hasta el puesto del guardaparques.
Una rosa de la montaña humilde y blanca se ofrece, y en mis oidos escucho el segundo poema del Cantar de los Cantares: "¡¡La voz de mi Amado!Helo aquí que ya viene,saltando por los montes,brincando por los collados.
La voz de la Destrucción, la voz de la Creación.
Ni El Ávila hoy puede devolverme paz. Solo la encontraré escribiendo sin cesar. Escribir, y nunca dejar de pensar en El Coloso de Rhodas.
Verdi se afinca. Ma dall´arido Stelo Divulsa.
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