lunes, 28 de septiembre de 2020

El Dios de las víctimas.

El Dios de las víctimas. 

     Me detengo en el Rito Shangó, de Recife, Brasil. Leo el libro en dos idiomas, porque la suerte de no se cuál albur me lo puso en mi biblioteca en Inglés y Castellano. De inmediato debo recorrer las otras fases que son en Cuba y en Haití, donde el negrerío retoma sus cultos y recita a sus dioses para pedirles protección. El rito Shangó no pretende iniciar una guerra santa, ni siquiera deseaba ser expuesto a todos los que no fuesen negros, ni tampoco que los entendieran como religión auténtica. Son solo eso: un conjunto de deidades de africanos que se entienden entre ellos, estableciendo los límites de sus cielos y sus infiernos solo para su comunidad. Todavía explotan el misterio que generaron bataqueados por los traficantes de esclavos que se los trajeron en sentinas de barcos, embutidos en cajas rectangulares sitas en las bodegas de los barcos, mecidos por el mar, en urnas para vivientes de donde no iban a salir sino hasta llegar al puerto de desembarque. Debió ser el horror mas grande sentido por hombre alguno. A su lado, el llanto de los otros negros, arrebatados a sus tierras ancestrales, sometidos por el palo de unos comerciantes de almas, ululante el grito de indefensión ante el verdugo.

     Y las mujeres, todas jóvenes, en edad de parir. Si jóvenes son todos, mejor: valen mas en el mercado de esclavos.

     Cuando los desembarcan, el cuerpo llagado, entre los que se infectaron; flacos, lánguidos los senos poderosos de las negras, esmirriadas las piernas, colgantes las nalgas femeninas,  son lavados rápidamente porque el mercader no espera, ni el navegante tampoco porque apenas entregue la carga saldrá de nuevo a cazar esclavos en su coto preferido que es la dócil costa africana. 

     Y ahí se quedan cientos de hombres y mujeres que, tal vez, nunca antes se vieron. Jóvenes que hace unos meses atrás cazaban sus animales de consumo, pastoreaban sus ovejas, cabestreaban sus vacas, descalzos, pacientes, pobres y resignados a todo, menos a ser esclavos de otros humanos no mucho mejores que ellos. 

     Los que desembarcan son los sobrevivientes. De noche, recogidos los cuerpos de los fallecidos en las cajas de las bodegas, empatucados de vómitos, orines y heces, son extraidos con rudeza para, en la misma operación echarlos al mar sin contemplaciones. Durante el sepelio en alta mar, solo se escucha el maldecir del traficante que veía en cada captura fenecida la pérdida pura y simple de "su" mercancía. 

     Abandonados en manos de sus explotadores que ni siquiera aplicaban para ellos el mínimo mandamiento de su cristiandad que señalaba aquello de no hacer al prójimo lo que para sí no quieren, sencillamente porque los negros no son sus prójimos.Los negros son nada. El Dios de los vencedores es Jehová entre los blancos y su profeta es Jesús. Esos dioses no están disponibles para los negros, porque si lo estuviesen debían responderles de las oraciones  el amargo pedirles piedad, que les consigan la compasión que nunca se les mostró. Esclavos y paganos, doblemente castigados. 

     ¿Pero es que acaso el paganismo de los africanos es un delito? Claro que no. Son paganos para si. Les cuadra en su terreno espiritual la adoración a deidades propias. Los paganos africanos, ya te dije, no emprendieron una guerra santa contra los cristianos ni contra los musulmanes, aunque si otras guerras entre ellos, pero hoy no hablamos de eso. 

     Deben, entonces, asumir su propio dios, el dios de las victimas, el dios de los humillados que no es para protegerlos sino para consolarlos. No tiene que ser un dios que ofrezca el paraiso ni la eternidad, sino uno que durante el día del Cumbe les permita refocilarce en el baile sensual, en el goce de su hembra, en la entrega a su macho sin cortapisas. Entregarse en la floresta entre quejidos y carcajadas, dejarse caer encima de las hojas abrazados para después, sudorosos, bañarse en los mansos cauces  de los ríos, lavarse el uno al otro con ternezas, secar sus cuerpos y volver al cumbe para cantar, para agradecer a sus dioses del consuelo a quienes no les piden venganza, ni con quienes amenazan a sus captores, sino solamente solicitan un día mas sobre esta tierra desconocida que les permita, de sobrevivencia en sobrevivencia, volver a su África tan lejana a la cual, todavía no lo saben, nunca volverán porque son pastores y no navegantes. 

     ¿Cuál es el nombre del Dios de las víctimas? 

     No lo se. Hasta ahora y en todas partes se menciona y adora al dios de los verdugos. El Dios de los vencidos es anónimo, disperso, desconocido.

     A veces Shangó pudiera ser. 

     

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