Volver a los pilones y el trigo
textos de por aquí y de por allá escritos ( hay unos que no) por Leoner Ramos Giménez.
Esta no es la puerta,
detrás de esa reja nadie mira
incluso el árbol de caucho se ha secado
tal vez solo queden los murmullos de los que se fueron.
Esa no es la puerta
por esa calle nadie habita
solo es una fotografía del azar
los viejitos hace mucho que no existen.
Por eso le hice esa fotografía
porque esa puerta, esa reja, ese árbol
ya no son la entrada
ni reja
ni árbol.
Una coincidencia mas bien.
Esos son mis hijos mas pequeños
allí están contemplados por mi
acabo de hacer un dulce cafecito
para sentarmeles enfrente y conversarlos en silencio
Son mis hijos
hechuras de mi
luego de batallar duramente para, luego de la pelea,
saber cuál de los dos es mas niño.
Son así.
Se pelean entre ellos de vez en cuando
y luego se levantan para sorber un helado de crema porque saben que nada ha pasado.
Aquí están los actuantes.
Son jóvenes
pero dentro de poco serán como todos los demás.
de ellos esperamos el recitativo que repite: amustiar y secarse, sembrar y cosechar.
Pero no son mas unos niños
sino mas bien aves con forma de niños vestidos como egipcios.
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Añadir leye
Yo me asomé a las profundas simas ( G.A.Becket)
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Amustiarse, florecer, secarse,revivir.
Mi Alma,
Como ya debes saber anduve un tiempazo perdido dentro de mi. Es terrible saber que ese que se mira en el espejo en las mañanas soy yo, pero no lo soy porque me estoy negando a verme, a reconocerme en ese señor entristecido que batalla para no extraviarse dentro de sí mismo. Tienes razón: no soy un suicida pero anduve cerca. Al final del día, como dicen los cronistas, soy escritor, soy artista y lo mas común en gente como uno es arrancarse de raíz sobre todo cuando el sufrimiento te supera.
No le tengo miedo a esa vaina que llaman muerte. Pero no quise quitármela, en primer lugar porque mi hijo Emmanuel me hizo recordar que esa vida que me negaba no es mía nada mas. También es la de él, de María Salomé, de Carmen Emilia y Walid como le llamas tu. Por eso fue. También porque estoy escribiendo esa novela que me cuesta tanto, porque me propuse una tarea bien ambiciosa que consiste en no redactar una historia simple y cotidiana, sino alejarme de los paisajes conocidos que tu sabes son la tierra de donde provengo tan llena de magia, de historias asombrosas y cotidianas, de gente que me habla con abusiva confiancita porque somos paisanos. Me propuse alejarme de los recuerdos y la gente que los porta.
También alejarme definitivamente de ti .
Todos los dias aparto una señal que te devuelva a mis espacios. Que si una fotografía por aquí, un cubierto por allá, tal vez una olla de cocina, o una taza donde solías beber café. Hasta te he cambiado el nombre, y ahora, aparece (qué risa) junto a tu recuerdo inesperado el nombre que te puse para no mencionarte ni por casualidad.
Te he renombrado como Westalia. Tampoco se por qué, pero ese nombre es el que se quedó por ti. No se quién es Westalia, y ni siquiera se si es nombre de mujer, pero es el que emerge en tu lugar.
Digamos, pues, Westalia.
El amigo Milton me dice:
Epa, Leoner, ¿qué es de tu problema con... X?
Le respondo:
Milton, no se de quien me hablas.
De la que era tu esposa - insiste-.
Ah, no. De eso no volveré a hablar mas. Con nadie. Eso terminó y casi no me acuerdo de esa etapa.
Es raro - replica-.
...No es raro. Lo se. El aire entra por las ventanas en la madrugada llevándose los aromas de las alcobas e instalando nuevos perfumes. El del cerro El Ávila, de la lluvia, de los árboles en flor. Estamos precisamente en invierno y han reverdecido los cogollos.
...El sol se afinca en los laterales de las habitaciones y calienta de nuevo. Hacia el mediodía voy a la cocina y manipulo los trastos. Debo hacer la comida para mis hijos, cuidando de poner pasta corta para la muchachita que, peculiar y creativa como ha llegado a ser, no come fideos sino caracolas, ravioles, plumitas. Ella es así y me encanta su indiferencia cordial conmigo. Se que me quiere porque de repente me ordena:
Señor papá, póngase ahí que le voy a cortar las uñas.
Voy y me arrellano en el sofá rojo y la espero. Entonces con suavidad única, con la mirada ámbar de esos ojos de quince años, me acaricia las manos, los pies. Me corta las uñas y hace que la fiera espantosa de tristeza que albergo se repliegue hacia el fondo de los barrotes donde la he guardado. Ella lo sabe. Luego me abraza y se deja caer en mi pecho quietamente.
Soy tu hija, y te quiero, señor papá.
Yo también, hija. Soy tu papá y te quiero.
Luego el loco ese de Emmanuel. Tan alto, tan bello, tan jodedor. Tiene cara de hombre y la barba se asoma quitándole los vellitos de niño, y dejando en su lugar cañones punzantes que me hieren las mejillas cuando me besa. Es fuerte de manos. Grandes como si fuese un Ícaro, un guerrero antiguo presto para batallar a las orillas del Leteo. Se sienta conmigo, al otro lado y de repente entiendo que, viejo ya, solo no estoy. Le digo:
¿Cuántos hijos vas a tener, Manuelito?
Dos - dice-.
¿Solo dos? ¿Por qué?
No me harán falta mas de dos.
Cuando les hables de mi -le pido-, di que tu papá te quería "burda" y te enseñó a cocinar y a boxear. Pero no a bailar porque eres fatal como bailarín. Eso, no.
Okey. Tampoco le pondré tu nombre al varón porque es muy feo.
Claro - me río-. No se te ocurra ponerlo como yo. No le hagas ese daño. - Nos reimos los dos-.
El domingo escucho el dingdong de la entrada. Es Carmen Emilia que viene con Walid como lo llamabas tu, Westalia.
¡Papá! - grita el Walid-. !Papá abuelo...! A Maria Salomé le grita:
¡Mi vida!...¡Tía, mi vida!
María Salomé lo abraza y jamaquea:
Te voy a joder, carajito.
"Ti" - acepta el Walid-.
Corre, corre, corre... aparta el jarrón de cristal de la mesita cerca de la puerta. Llévate los adornos de la mesa de centro, quita los elefantitos de cerámica, el búho de gresca, el portarretratos de plata con la foto de ustedes. Corre, corre rápido porque el Walid no perdona y pasa como un ventarrón y deja todo al revés.
!Papá, "pinola" - pide la perinola para batirla taquitaqui taqui todo el día, impunemente porque nadie se atreve a pararle el trote a ese pequeñín. Quién, si es el consentido. El hijo de Carmen Emilia, que lo deja hacer blandamente, sabiendo que el tigre está amansado por la edad. Son mis hijos, y llenan mis espacios, Westalia.
Hoy es domingo. Comeremos empanadas para el desayuno. Luego Carmen Emilia que es muy diestra cocinando, hará un arroz con pollo al estilo de la tierra de donde venimos. Tomaremos café, hablaremos de esto y de lo otro entre risas y puyitas familiares. Terminaremos el día viendo la televisión. Ellas, el programa 100 latinos opinan; Emmanuel y yo los carros.
Y tu, Westalia, no estás.
Nadie te menciona. No porque no te quieran, que sí te quieren, sino para que que yo no te recuerde.
Hacen bien.
Adios, Westalia.
En la vereda que lleva a mi casa se escucha el grito del marchante que vende quesos y cachapas. El ruido de los jamaiquinos conversando algo parecido al francés. Los repiques de la "marchantica Efe". El ladrido del perro de los vecinos. Los pájaros que van de parques hacia el este. Por La Urbina oscurece porque parece que lloverá hacia el mediodía. Nosotros hablamos de esta y otra cosa al azar.
Y tu no estás. Nadie te recuerda, o simulan no recordarte.
¿Qué cosa, no?
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