Eternos emigrantes.
Hace noches vengo pensando en los caminantes que cruzaron el Estrecho de Bering. Me sorprendió el tema cuando cursaba el bachillerato y pude observar una lámina muy lamentable que reproducía a un grupo de gente caminando sobre el hielo, vestidos con espesas pieles, portando polivalentes cayados junto a una busaca de víveres colgada de los hombros. El Estrecho queda entre Asia y América. Como era muy chamo, tampoco sabía dónde se localizaban Alaska y Siberia, que estaban unidas por el paso firme llamado Bering. Solo recuerdo el rostro cuadrado de gente que asemejaba simios, caminando sobre el hielo. Pero muchos años después, el rostro de los simios sugeridos como emigrantes, cabe al Polo Norte, fue sustituido por unos mas contemporáneos, porque el hombre de hoy ha sabido reproducir las facciones de los hombres del ayer. No tan distintos los primitivos de los actuales. Con una buena afeitada se han desvelado muchos semejanzas.
¡Ea!, ese no es el punto.
Desde Alaska bajo cada noche hasta las tierras de Canadá, del Este norteamericano, del medio y el pleno Oeste, e inevitablemente se me presenta una película de Jhon Ford como director, aliado a Jhon Wayne como actor, exterminando gentes porque, dicen las películas gringas, son salvajes. Bueno, sí: son salvajes porque bailan a sus dioses para provocar la lluvia y no consultan la Biblia Protestante, sino que imploran alrededor de una fogata (siempre según la estética del señor Ford), para que el Gran Tomahawk deje la pereza y mueva las nubes que se requieren preñadas de aguas porque hay que rociar la cosecha. Son salvajes: en esos mismos años la Iglesia Católica movilizaba sus imágenes santas para conseguir el mismo objetivo porque, al dejar de llover, se requiere la intervención divina, la propia, la original y no la de esos dioses salvajes...los extraños.
Esa pudo haber sido la mayor operación literaria concebida por el hombre. Una fábula poderosa, convincente, definitoria. Esos tipos se vienen de Europa, cruzan el atlántico y les caen a los originarios del norte invocando que son personas que merecen ser catolizados. ¡Oh!...¡estamos colonizando en nombre de un dios que es extranjero en el suelo donde ha llegado para someter a sus habitantes...pero, ¡hey!...Un momento: esos indígenas son los descendientes de los que cruzaron el Bering hace unos miles de años. Son tus hermanos, catire. Han construido su propia versión del Dios que tu llamas auténtico. Pero, no: aquí está el libro original, el que contiene la palabra del Dios revelado, ese que tu no conoces., ese que tu nunca has visto. Ese, que es verdadero y no falso como el tuyo...que te lo digo yo, que lo aprendí entre inciensos y homilías trascendentes en las iglesias donde habita el dios verdadero...
¿Pero, y el mío, que habita todo el cielo que tu puedas ver que no está encerrado en las iglesias, que se manifiesta en el viento, en las nubes, en las aguas?...¿Ese no es verdadero?
No: el verdadero se manifiesta en el Jordán, que es un río. Se muestra como una paloma, como una llama ardiente en el desierto, como una zarza de ramas secas en la pradera. No es el tuyo, al cual sacrificas hombres y mujeres en un baño de sangre para pedirle buenaventuras.
¿Y Abraham no ofreció a su hijo para conseguir el favor de su dios? ¿Y no sacrifican corderos para ser agradables a su Señor? ¿Y no hicieron una guerra entre dos continentes para exterminar a los infieles y rescatar el sarcófago de tu martirizado Dios Encarnado, muerto por tus propias manos, execrado, extrañado de su tierra para irse a vivir a Roma? ¿Por qué mis dioses son inferiores a los tuyos, extranjero?
El extranjero eres tu, expulsado de El Paraíso, al que te hemos de retornar, como lo ordena mi libro.
¿Qué mas me queda? Ahí mismo se aproxima Maracaibo, navegado a través del Coquivacoa, habitado por la primera oleada de los marchantes del Bering, que fueron dejando atrás los fríos parajes de la vieja Canadá, de la también antigua tierra del Missisipi, pasaron por Tenochtitlan y siguieron viaje por el espinazo selvático de América hasta encontrar placer en habitar la cuenca y las tierras del lago. Construyen casas salvajes, primitivas, lacustres encima de su lago. Son muy salvajes, y no tan civilizados como los habitantes del brazo de mar que en Europa se llama Venecia, que construye sus casas encima de las aguas del mediterráneo.
A estos tipos semidesnudos hay que imponerlos de civilidad. Y ahí se presenta de nuevo el garrote de su Dios, azotando las costillas de los nativos, que creen en Mene, en Manaure...en Yara, la primera mujer de volúmenes grandes, primera diosa fertilizadora de las tierras del sur.
Otro ¡Hey!...Ya va, ya va: estos indios marabinos guardan genes de los toscos migrantes del Bering. ¿Por qué son los extraños, los distintos?
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