lunes, 11 de octubre de 2010



O vienes o voy
Caracas no se me aleja. A pesar de que el funcionariado del sector público ignora la nobleza de la ciudad, no obstante las advertencias de que es peligrosa, llena de malasombras, de inadaptados, Caracas me resulta tierna. Estoy dispuesto a jurar sobre una biblia copta, siendo yo católico relapso, que es bella. Nada que ver con los arenales de donde vengo. En aquellos charamizales resulta difícil tomarse un café decente. Se le perdona la parroquialidad porque tienen al Orinoco y al Caroní allí, echados por dios en el Cinturón de Hércules para reconsolarnos de tanta falta de historia. De tantas muertes sin necesidad, y sin un por qué glorificar la horrorosa guerra civil en medio de la cual nacimos. Tanto los guayanos como los centranos Caraqueños. Es que me gusta Piar y su abril de batallas en el carriel del cerro El Gallo, con las toninas pasando indiferentes frente a la matazón. También me gusta el follón que armaron los españoles de Caracas, calientes con el obeso Fernando por vainas de dinero. Es que los caraqueños son buenos para armar una camorra. Cuando voy a almorzar a la Casa de la Historia, subiendo al Panteón, reviso atentamente los azulejos del piso, la madera de las columnas, los anchos dormitorios y me da risa esa cuerda de amanuenses que la pasan diciendo que la Guerra Civil venezolana fue de independencia y que los mulatones o indios tuvieron algo que ver. No señor. Los caraqueños se mandaron esa trifulquiña porque andaban de lo mas tibios porque el gordo Fernando se quedaba con las coimas, los capitales y también las carajitas bonitas. Y eso, ni un caraqueño ni mucho menos un guayano de a derechas se la cala. Se puede quedar con las comisiones, dice uno, pero las tibiezas de la señorita aquí presente son mías. Es que somos celosos y mas nada. Celosos y exclusivistas. Lo mío es mío, aunque usted lo lleve entre las piernas, niña, se aclara. Eso fue, pues, lo que inició la candela. Vainas de plata y celos. Es que las caraqueñas tienen un sí se qué distintivo y hermoso. No puedo decidirme a cabalidad entre una caraqueña o una guayana. Aunque mi esposa es de allá, a veces le meto el ojo a las de acá. Ojo nada mas.
Pero, vengo diciendo que no hay comparación. El solo hecho de tomarse un cafeciño en, por ejemplo, la Esquina de El Chorro, en pleno centro, y luego caminarse las cuadras históricas, no tiene comparación. Y ahora mejor, luego de que las camisas rojas que identifican a los seguidores del Gran Incordiador de Venezuela son harto escasas, y el aire anda mas que despejado porque las doñitas ya dejaron de gritar aquello de la patria y la muerte, y mas bien andan pregunta que te pregunta dónde está mas barato el azúcar, o dónde se consigue la harina pan. Muchas de ellas tienen el apretaíto cachaco, o el sonsonete del departamento del Cesar...aunque se juran venezolanas de pura cepa...¿y quién soy yo para contradecirlas?
Son caraqueñas como yo, aunque provengo de Guayana. Pienso en eso y me río.
Es que Caracas es una adicción, una costumbre.

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