martes, 26 de octubre de 2010

En el Orinoco navega el mañana


Mi Alma:
He pensado escribir lo que tu sabes que me duele, pero considero que nadie debe saber que soy un sentimental y que me derrumbo facilito, apenas sople la adversidad. Tal vez tampoco sea tanta la adversidad para el día de hoy, pero es. ¿Qué es? Pues, el día mas temido de todo padre. El día en que tu hija decide volar e irse de casa para comenzar su propia vida.
Ya no es nuestra pequeña loca que inundaba con sus bailes disparatados y graciosos el breve espacio de un atardecer; tampoco sigue siendo el huracán que aparece luego de la universidad con el bolso lleno de naranjas y melocotones para su papá, que soy yo. Esa niña mía ha decidido formar familia aparte.
Déjame hablarte del Orinoco.
El Orinoco es un río grande y grato. A veces no, porque la gente no lo entiende. Mas bien creo que ese río antes era un volcán, o pudo haber sido una montaña que se cansó y decidió convertirse en río. Es un río sin gaviotas blancas. ¿Cómo crees que una gaviota va a andar encima de esa turbulencia, de esa furia acuática? Las gaviotas, ya se sabe, solo se ven en los cuadros melancólicos de los pintores, de allí se escapan un momentico nada mas para volar encima de un mar así de verde, así de azul, que contiene a lo lejos un bajel, un velero, una barcaza donde van unas señoras de lo mas elegantes brindándose bizcochos, anises, bombones y riendo. Es decir, las gaviotas son un poema, pero no unos pájaros.
Además, son silenciosas.
Los pájaros del Orinoco se hacen llamar tijeretas. Tienen la cola como las hojas afiladas de las tijeras, y vuelan en círculos sobre la turbulencia. De vez en cuando le caen encima a un incauto corroncho, o se disparan a velocidad de gaviota para pescar una guabina. Están allí desde la mañana a la tarde porque en la noche vuelan hacia Trinidad a dormir en inglés, y a reportar al comodoro la bitácora del día. Han navegado, dicen, por toda la orilla del Orinoco y han visto, pero no están seguras, a un señor que llora llamando a su hija por su nombre, y abrazando unos sombreros pamelas de todos los colores, como para no dejarlos ir.
El señor, afirman, es de unos 56 años, y desfallece. Es el mismo chavalito peleón, porque ya lo han visto los padres de las tijeretas de años atrás, cuando eran niños todos, incluyendo a los abuelos tijeretas y al hermano del señor, que andaba de lo mas desamparado por las orillas de metal o de piedra negra ferrosa, escarbando las orillas. Ese señor es el mismo niño que chapoteaba en las orillas con su hermano Eithell (dicen que es el nombre), mientras arrojaba guijarros insolentes a los sapitos.
Por ese entonces, apenas vestido con sus pantalones cortos, con una mecha rebeldona en la frente, mechón que ya no tiene porque fue atacado por una calvicie tenáz, se dedicaba a pergeñar futuros.
Un día dejó de venir porque en las olas de El Orinoco navegaba el peligro. El mismo padre río le avisó. Le puso las cosas como eran, y le mostró el diente único y feroz de la oscuridad. Entonces el niño (que es el señor que llora), se vino con su hermano Eithell a estudiar y se convirtieron en poetas...¡qué cosa!...
¿Por qué no se convirtieron en estatuas de piedra? De sal, le aclaró un profeta no, porque esa es una franquicia de la mujer de Lot. De piedra sí, porque la piedra la maneja Alejandro Nárváez y hace lo que le dé gana con ella. Piedra son Tiuna, Guaicaipuro y otros. El señor que llora pudo haberle pedido a Narvaéz que lo convirtiera en el cacique Yocoima, por ejemplo, que es el nominativo de su pueblo. Sería un cacique de pura piedra volcánica, y entonces no estaría llorando en la orilla del Orinoco.
Y las piedras, ya se sabe, ni sienten ni padecen, mucho menos largan el llanto.
Pero el señor no quiere. El señor muestra el pecho comprimido, las manos temblorosas y mira hacia el este, donde están sus otros hijos y se calma. Esos no se han ido. La loquilla tampoco, solo decidió empezar su vida aparte con la promesa de volver todos los domingos a darle la comida al perro, y a comer con su mamá y sus hermanos. También, por supuesto, a torcer la escasa cabellera del señor que llora perdidamente en las orillas de El Orinoco.
El comodoro de las tijeretas exige entonces que los domingos no haya viajes de los pájaros hacia el río.
Es un día que regala a un triste padre que enfrenta la partida.

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