Mi Alma:
Tengo que escribirte otra vez porque ahora sí es verdad que los demonios están presentes como cosa cuotidiana. Antes, a los niños, nos asustaba el rostro informe de la maldad. Cuidado pues decían las mujeres al hacernos la señal de la cruz en la frente al despedirnos en el umbral de la mañana, poco antes de cambiar de acera para evitar la miseria del loquito callejero, que se plantaba entre la bodega y la iglesia de los evangélicos, a desperfumar la mañana con sus acideces de orines, detritus y dentales, que exhalaban el tufo del abandono incesantemente, marchitando al brote tierno de los mangos, y solapando la simpleza del toronjil.
Ese infiernito era cercano y lejano porque, para ver otra vez al miserable de la esquina habían de pasar unos cuantos días, luego de salir, una vez mas, del encierro misericordioso que el jefe civil le aplicaba con la idea, claro está, de hacerlo comer mas o menos con decencia, y obligarlo a bañar al mediodía, berreando al extremo de una manguera de agua, y resoplando de arrechera enfrente de un plato de sopa caliente, compaña de un trozo gordo de arepa que las bienintencionadas Hijas de María donaban a los menesterosos.
La extrema pobreza era manejable por extraña, y los desposeídos casi que familia.
Antes.
Ahora la miseria emerge de las bocas del metro, de los callejones, de las esquinas arboladas, y se manifiesta cuando el portador orina con indiferencia frente a la verja de la escuela primaria de la Avenida México; o cuando "da el cuerpo" con pujidos estentóreos en el recoveco de piedra armada anexas a las bardas del Caracas Hilton, opulencia a la que la des-revolución de este país le puso otro nombre ridículo, de esos que acostumbran, dizque para partear al hombre nuevo forjado en el vientre de la paupérrima tristeza de un país que ya no es.
Esta misma tarde me estremeció el vaho de la maldad: un mínimo tipo irreconocible como hombre o mujer detrás de sus harapos, había logrado "sacarle" a un oficial de la marina, impecable en su traje blanco orlado con galeras honoríficas, una arepa y un jugo de frutas. Dios te lo pague... y otras necedades hipócritas en su mugir de borrachera le dijo al marinero.
Se paseaba grosero asqueroso entre la gente. Causaba repulsa. Yo allí con la máquina de hacer fotos lista, me decía que no era un motivo relevante antes de la lluvia. Me marchaba con resignado asco, sin esperar el siguiente párrafo de esa cartilla de la pobreza extrema. Pero El Otro, el otro, vino a pedirle un no se qué, a lo que el andrógino se negaba llorando...
Tu me quieres matar repetía entre moqueos.
Tu lo que quieres es matarme, escapaba de su ronquísimo pecho. Y huía. Ninguno de nosotros entendía la verdad de la huida. El Otro lo va a matar, así de simple.
Entonces el no se sabe qué es torpemente cedió, en una mano la arepa mal habida y en la otra un vaso de condescendiente zumo de frutas, para ser atrapado por la garra de su depredador.
Hay mas miseria debajo de la miseria...mas maldad debajo del mal.
Lo agarró, textual, con la garra derecha, y con la garra izquierda le arrebató la arepa. Es un perro grande que le muestra el colmillo, y el pequeño se orina sobre sí, se encoge, se empequeñece y gruñe bajito tu lo que quieres es matarme.
Entonces es cuando reaccionamos y entendemos que el perro menor es humano. A pesar de sus harapos, de la suciedad, de la negrura de alma. Es un no-se-sabe si hombre, si mujer, es humano.
¿Entonces quién se atreverá a quitárselo, apartarlo de las garras, salvarle el pedazo de vida que le queda, por hoy...?
Yo no. Tengo miedo de que el perro grande me apuñale. Los demás, mirones como yo, piensan igual.
Entonces, unos chamos, niños menores de 18 lo encaran. Alejan al gimiente y con fuerza proteica empujan al acechador que retrocede blandamente, sometido a su vez por la energía incomparable de la juventud. No tuvo capacidad de respuesta, y los jóvenes alejan a la irremediable víctima de su futuro que tal vez, a esta hora de la noche, ya es presente. Seguro que, lejos los jóvenes Prometeos, la garra del verdugo rompió el cuello del indefinido.
Te quiero decir que el ritual de la vida se ha perdido. Eso que es respetar el aliento de los seres creados por Dios, por ser precisamente creaturas de su pulmón estelar, se ha desvanecido.
El Demonio, gran contendor, es el dueño de las calles. Sin esperanzas, sabidos que todos somos víctimas propicias desde el primer latido de la mañana, los jóvenes comienzan su día padrenuestroqueestásenelcielo, salvan una vida, salvan dos,y van o vienen en grupos para protegerse de todo mal... pero nosotros, los viejos, ayayay...no tenemos una oración, ni una cofradía para exvocar nuestros miedos.Tan tontos y egoístas, hemos perdido el derecho de pertenecer al Edén.
Y yo que soy ya el miedo mismo, mi alma, no lo merezco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario