Yo, Los Unos, Los Otros
Últimamente trato de hacerme notar lo menos posible, sobre todo en el metro, porque he descubierto, más bien me he dado cuenta, para ser preciso, que luego de treinta años de vida los rostros y la gente empiezan a repetirse. Te señalo la cantidad de treinta años, porque como ya tu sabes que llevo más de cincuenta vividos, tengo un Recall bien fundamentado para afirmarte lo que sea.
El asunto concreto es que en Caracas han empezado a nacer nuestros dobles. Por decirte algo:_hace unos días fui hasta el Centro Comercial El Marqués y allí pude ver sentaditos y expectantes, a mis viejos amigos Hernán Hernández, Roberto Mantovani y su hermano Sergio, y a la bella Adriana Urdaneta. Parece que me estaban esperando, tal vez junto con mi noviecita de esos años, los setenta, la francesita Marìe. No sé, algo azulado e impreciso se movía enfrente de ellos. Les hacía sombrita en las caras. Pero se reían viendo hacia todos lados, mientras se fumaban los primeros cigarrillos de su juventud, y se golpeaban los pies por debajo de la mesa jugando, como siempre, y fastidiándose entre ellos.
Al verlos juntos, me evadí por la derecha del Centro y bajé rápidamente hasta el restaurant para tomarme un vaso de agua bien frío, que me retornara los sentidos perdidos. Decidí no volver al cine de El Marqués. Pero luego, cuando estaba yendo para mi oficina, vi entrar al tren en la estación Parque del Este (que ahora el gobierno no llama como siempre Rómulo Betancourt, sino Francisco de Miranda, un canario de orilla que hizo carrera militar en Europa y que, lloviznado por las batallas de Napoleón, El 18 Brumario, la conquista de España, se propuso junto con los gringos, independizar a las colonias hispanas en América del Sur. Luego fue traicionado por el terrateniente Bolívar Simón Antonio, y lo enchiqueraron en una pavorosa mazmorra que llamaban La Carraca, nadie sabe por qué el nombre, donde murió todo desconchado, desteñido y olvidado, y ahora el gobierno lo rescata como gran héroe junto a su delator Bolívar, Simón Antonio, teniente de dragones del ejército de Su Majestad Carlos V de España), a otros compañeritos de La Cuarta Avenida de Los Palos Grandes, donde viví de chamito. Al frente venía Carlos Alberto. Y me sorprendió verlo tan jovencito y vivo porque sé que fue muerto en un atraco a un banco que tiró junto con otros ñángaras de la época. Entraron todo alocados junto con Pedro Dávila. Bochincheros, pero educados, como corresponde a unos carajitos clase media de los años setenta del siglo pasado. También me salí, disimulando, del vagón.
Así me ha venido ocurriendo.
Al caminar enfrente de donde estuvo el Cine Lido, en Chacao, escuché las risas de María Guerrero y la ví saltar los cinco escalones de la entrada.
Al frente de El Baba Alí, un bar que fue de mujeres de la vida, están el italiano Sappo y Aurora, a la que le decían Medusa, fumando unos cachitos de Marihuana. El Sappo alcanzó a verme y me hizo señas de que me acercara.
Ni de vaina le hice entender que lo había reconocido.
El colmo ocurrió cuando me encontré a mi mismo a los veinte años. Fue así. Venía caminando por la Calle La Joya, directo para la emisora donde trabajo, cuando me vi venir todo furioso, todo iracundo (estado natural mío desde joven), entrompando cuanta cosa humana hubiera enfrente. No se. Se notaba claramente que la rabia venía derivando del hambre que sufría en esas calles, ya que por ese tiempo no sabía hacer nada, y era muy tosco y terco para conseguir trabajo. De modo que siempre andaba famélico y arrechísimo.
Me dí miedo. Me aparté con rapidez, y sentí el aleteo tibio del aire que desplazaba al pasar tan rápido enfrente de mí mismo.
No pude aguantarme y me seguí a mi mismo toda la tarde: me vi deambular desesperado entre Chacao y Chacaito, buscando con impaciencia alguien con quién hablar. Alguien que me invitara un café, por caridad.
No conseguí a nadie. Por eso, sin permitir que yo mismo lo notara, me puse lo más cercano posible y me dejé caer unas monedas de las mías. Error grande. Estuve a punto de volverme loco a mi mismo, ya que en mis veinte años un café costaba 0.25 ctms. de plata, y hoy vale 1.200,oo bs. de mierda. ¿Cómo iba a resolver mi propia hambre si la moneda que conocí a los veinte ha desaparecido?
Por eso escuché caer los níqueles de la moneda de ahora, y ni siquiera les presté atención. Seguí enfureciendo con mi hambre el resto de la tarde, mientras tal vez rogaba no acostarme con el estómago pegado del espinazo.
Cuando, ya cansado de verme a mi mismo, el pure que ahora soy decidió dejar a solas al chamo que antes fui, casi que me puse a llorar tan amargamente como lo hice ese día de tanta hambre. En casa de mi hermana tomé mi crema de vegetales habitual, como todas las noches, me comí una fruta, y me condolí de mí mismo por tantas premuras que sufrí en esos años.
Desde esos días ando muy atento, evitando conseguirme con nuestras repeticiones. No vaya a ser que me encuentre otra vez a mi mismo, y la vaina se enrede irremediablemente.
Es que no se que será de mi, si llego a encontrarme a los veinte con el viejo cincuentón que ahora soy.
P.D: tampoco sabía que iba a encontrar a alguien a quien amara tanto como a ti.
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