sábado, 6 de marzo de 2010

Imposición de manos, indisposición del alma

Mi alma:

La ciudad que yo conocí hace casi veinte años, y de la cual me autoexilé sin razón ninguna, creo que ha desaparecido. Te juro que a veces quiero preguntarle a cualquiera en la calle si es habitante viejo de aquí. Que me diga si conoció algunas esquinas, o sitios regulares de hace, por ejemplo, ese tiempo que te señalo. No parece que sea así. Las miradas de los caraqueños se pierden. No tienen tiempo para detenerse ni un minutico, y creo que tienen la misma sospecha mía. Los cines, para ponerte un modelito a escala, parece que nunca existieron. En su presunta ubicación, según mi memoria, existen ahora templos evangélicos. En ellos reparten el cielo al mayor y al detal, y si te detienes en su puerta hurgando algún recuerdo de una película de Kurosawa, de Passolini ( que era medio fastidioso), del acomplejado Woody Allen, o sencillamente una buena vaquera de Jhon Ford, o del mismo Wayne, te brincan, literalmente, unos jóvenes uniformados de azul y blanco que se saben de memoria los salmos y pasajes de la biblia donde condenan a la pobre raza humana, y te invitan de inmediato a penetrar a la sala donde te impondrán las manos para sanarte, o te recitarán los chorrocientos castigos que guarda el infierno, si no te acoplas a la neo inquisición que propagandean.
Esta mañana anduve en eso. Uno de esos carajitos todo asépticos, lavados con lejía de la poderosa, y con una sonrisita de qué te cuento, me atajó:
Señor ¿tiene un minuto para dios?
Como me agarró por sorpresa, y me planteó ese compromiso tan grande, le respondí:
Un minuto no. Toda la vida.
Bendecido, pase.
Al entrar un conjunto casi que de quinientas personas me extendieron las manos y me sobaron por todas partes. No sé por qué sentí que estaba como entre un corro de caníbales listos para comerme en salsita de tomate. De lo que se puede llamar el atrio, el lugar elevado pues, vino un señor con pinta de profesor de literatura, con un caminadito de actor de películas porno, de sonrisa confianzuda que me abrazó gritando aleluya, y siendo coreado por los casi quinientos antropófagos presentes:
Aleluya, que el hermano quiere el perdón de sus pecados
¡Bendecido!, berrearon todos.
De inmediato me llevaron al centro de la escena, mientras el tipo del caminaíto afeminado se colocaba otra vez en el atrio, y me confesaba:
Hermano, nuestra iglesia acepta que confieses tus pecados para que te sean perdonados. Si has sido un borracho, un perjuro, un asesino o ladrón, confiesa, y te daremos una nueva vida...
De veras que sentí un profundo desconcierto. No tengo problemas en aceptar, o confesar que me he rascado más de una vez: pero ni que fuera pendejo, en caso de haberlo hecho, voy a confesar una vaina de esas, y mucho menos frente a quinientas personas.
¿Qué pretende este particular sacerdote? ¿Que esa asamblea de evangélicos no sé de cuál de las dosmilochocientas iglesias que pululan, sea el confesionario de los miles de malandros y delincuentes que azotan Caracas?

El pretende que Cara e´vaca, o Diente e¨cochino, o Pecho e sánguche´, o Er Niño, o La Colorá, por decirte los apodos de algunos de los que roban, atracan, secuestran, impunemente se vayan de yoyo así no más.

No, les dije. Ustedes me van a perdonar, pero yo no tengo ninguno de esos pecados. Más bien he sido medio guevón, y mas de una vez me le he pirado a una diabla de esas que pretende que yo le sea infiel a mi gordita. En cuanto, a matar o robar, debe usted darse cuenta de que con esta pinta, y este culillo que me azota, no tengo los arrestos necesarios para atreverme a tánto. Ni cuando joven, ni ahora que ya contabilizo el medio cupón.
Y me salí del corral.
Ahí lo dejé jurándome que él sí, que había sido un destacadísimo malhechor pero, que al descubrir la vaina de la iglesia, y aceptar al salvador, entonces se decidió a echarle bolas a la santidad.
No sé, pero a mi me pareció exageradísimo. Por eso, al estar de nuevo en la calle reintenté recordar si esa misma paila de confesión automática de pecados no era el viejo cine Broadway, al final de la avenida Casanova, en la mera Plaza de Chacaíto. Ahí vine yo miles de veces cuando era chamo a ver películas de toda laya. Recuerdo Fiebre del Sábado por La Noche, Rocky I, El Imperio de los Sentidos, todo un ciclo de Cine Cubano, muy Underground y de moda por los años setenta del siglo pasado, y no sé cuántas películas divertidísimas mas.

Pero, el fundamentalismo se apropia de Caracas.

El fundamentalismo religioso, y el fundamentalismo delictual.
Es que, de repente entiendo, la vieja Caracas se ha escondido. Se mantiene en silencio, y las calles de día y de noche, han sido confiscadas por la delincuencia y por los predicadores

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