Un hombre apenas, en papel, de los tantos que circulan desde la mañana cuando salen de casa, y que nunca vuelven.

TU MANO.
ESCENA ÚNICA.
Una solitaria silla en el centro de escena.
Fuertemente iluminada por cenital. Luz cegadora. Sobre el espaldar de la silla,
puesta de manera que se vea el dorso, una camisa ensangrentada. Lamentosa. Al
pié de la silla, un par de zapatos deformes por el uso. También ensangrentados.
Ruido de grillos, pequeñas ranas. Se oye caer la lluvia sobre planchas de zinc.
Un carro acelera, atascado en el barro.
Mauro irá limpiando y secando sus heridas
mientras habla.
MAURO: (entra con un cubo de agua, una toalla muy
blanca, peine, espejo, jabón, y en la otra mano, un atado donde carga una
camisa blanca también, que hace juego con el pantalón impecablemente blanco. Un
par de zapatos nuevos, una corbata azul pálida, tal vez. Lo pone con cuidado a
derecha de actor. Respira profundo). No
sentí los golpes repetidos sobre mi parietal izquierdo con la manopla. Después
del primero, los demás no se sienten. Lo que no entiendo es, ¿por qué al saber
que me mataría me siguió golpeando? No
era necesario. Con el primero bastaba. Y los gritos… ¿para qué sacarme la
madre? ¿Insultarme, para qué…?
Qué mas insulto que tenerme con las manos atadas, los
esfínteres a la libre, mojado por mi propio orine…mi propia… (Quejido), como un
niño…con sed. La boca y todo eso llena de sangre seca sin darme ni un traguito
mínimo de agua. Tres días preguntando lo mismo: ¿quiénes? ¿Quiénes? ¿Quiénes?
¿Quiénes qué?
¿Quiénes son los compañeros? ¿Quiénes llevan las
armas de un lado a otro? ¿Quiénes son las putas que nos enconchan cuando hay
redadas?
No lo sé.
Compañeros somos todos. La gente simple. Los que
menos. Están allí masticando su rabia de todos los días. Pasas a su lado sin
advertir que son mucho mas subversivos que tu. Están mas que cansados de correr
detrás de un funcionario para que les entregue la libreta de racionamiento, la
de comprar jabón, el permiso de viajar, el documentito donde se afirma que tu
hijo es tu hijo…
Que tu eres tu, tienes que confirmarlo haciendo la
cola interminable de gente que no come bien.
De eso se trata: de ponerte cada día a hacer una cola
interminable para que no tengas tiempo de oponerte a la maza que te demuele,
que te niega, que te vuelve anónimo.
Allí estaba yo, Aurora, bajo el sol de mediodía. Un
palo de sol cayendo como una piedra sobre mi espalda. Vendían vituallas a buen
precio. Lo de siempre. Tanto de arroz para un mes; el kilito de carne junto a
los de pollo, para el mes; leche para el café en la mañana. A buen
precio…dicen.
El buen precio que te lleva toda una mañana para
llegar en los estertores de la tarde a colgarte de la mano un poco mas de
alimento para ti, para mi, para el chamo.
Toda la mañana.
De repente, redada.
¡Pégate ahí, coñemadre!... ¡Dame tu cédula!... ¡No me
mires, coñemadre! ¡Abre las piernas, hijo de la gran puta!
Las abrí. Bien abiertas. Bajé la cabeza, Aurora. La
pared estaba corroñosa, pude ver las marcas de cientos de manos de tipos
coñemadres como dicen ellos, que fueron capturados mansamente comprando las
vituallitas de todos los días…es que hasta los subversivos comen. La familia de
los subversivos come. La mamá del subversivo también.
Te esperan allí, en la compra de todos los días.
¿Pero a mí, precisamente, que ni siquiera hablar me
gusta? ¿Qué iba a ser subversivo yo, que he masticado mi rabia de todos los
días con el primer café de la mañana, cuando había?...
No valía la pena. De qué se queja uno…uno no se puede
quejar de nada. Somos como hormigas…como un gran comején de hormigas laboriosas
y miserables, todos iguales, que entramos y salimos de la colmena sin
distinguirnos unos de los otros. Todos nivelados por la desgracia.
Soy una hormiga, simplemente. Pero la hormiga que soy
se rebulló viendo de frente la fétida boca del tipo que llevaba la mandarria
pequeña de acero en la mano. Me escupía al hablar, me envenenaba, Aurora.
Se me olvidó que me aconsejaste siempre callarme, porque
soy mal hablado y de poca discreción. Eso no lo sabía el verduguito que me
esculcaba el cuerpo, que me mentaba la madre a cada rato…
¿Dónde vives, hijeputa? ¿Cuál es tu nombre, vago de
mierda?
¿Mi nombre? Mi nombre es fiambre, sujeto desconocido,
presunto, sospechoso, privado de libertad, desaparecido…mi nombre es nadie-
respondí-.
Por un momento se desarmó. Parece que no entendía,
pero de inmediato me soltó el primer cachiporrazo. Aquí- se señala-, encima del
ojo (se limpia). No es difícil enjuagarse la propia sangre. Esa se deja. La
difícil de limpiar es la ajena.
Cuando el funcionario me dio en la frente, de la
cachiporra salieron cientos de rostros también sangrantes. Ese miliciano no ha
podido lavar la macana de la sangre de sus víctimas.
Yo pude ver las caras de mis predecesores heridos por
la mano del funcionario.
Y a mi mismo, por primera vez sangrando, no de la
simple cortadura doméstica, de cuando cocinaba contigo, torpemente, los escasos
pollos del fin de semana, sino sangre propia…extraída por otro.
Pero también lo miraba a él, cubierto de sangre
ajena, ya seca por el pasar de los años, y de la cual nunca podrá liberarse.
Entonces me trajeron aquí. Retenido -dice la boleta
de ingreso- por saboteo a una operación popular.
Directo al sótano, amarrado a la silla por las manos
y los piés. Descalzo y sin camisa.
Parece peligroso- reporta el sumariador-. Los ojos
inyectados de sangre.
“Los ojos inyectados de sangre”…me dio risa. Claro
que los tenía inyectados de sangre. Luego de esa coñaza había sangre en todo mi
cuerpo.
Pero no se dice inyectados- los corregí- ante su
asombro: se dice eyectados a patadas por parte de un hijo de puta colega de
ustedes…
Ahí si, Aurora, me cayeron todos. Pero no me
importaba. Ya tu y yo sabemos que no estoy para aguantar esa tanda de
carajazos. Al entrar supe que ya no saldría…y lo siento.
Lo siento mucho mi amor…
Mientras me llevaban a empujones para atarme a la
silla, dicen que para interrogarme, yo solo pensaba en tus manos. Las manos
tuyas que me peinaban de vez en cuando, o con la que me tapabas los ojos para
hacerme dormir tantito…
Duerme un poco, loquito de mi vida- me decías-, y
entonces yo simulaba dormir con tu suave mano haciendo de cobija para mis
cansados ojos de tipografista.
Tampoco se los dije.
Ellos quisieron saber a cual grupo subversivo
pertenezco, y le dije:
Soy el jefe del Comando Uno.
Corrieron a buscar al jefe mayor.
“Hemos capturado al líder del Comando Uno”,
informaron con gran pompa al jefe cuando entró.
¡Ajá!- dijo. El jefe grande del Comando Uno. Te
andábamos buscando, bichito. Tu eres peligroso. Eres un apátrida peligroso, al
servicio del imperio. Tenemos tu expediente. Dame los nombres de tus cómplices.
Yo me reía, Aurora, mientras me tragaba la sangre.
No soy un cobarde- dije-. No soy un sapo. No hablaré.
¿Cuántos son? Preguntaba el bichito que me arrestó.
¿Cuántos hay en la célula? ¿Dónde tienen la concha? Allí, en la otra celda tenemos a otro de tus
cómplices…o hablas tu, o habla él. Uno de los dos se salva, y ese será el que
confiese de primero.
Intentaban chantajearme con eso.
Investiga- le respondía- ese es tu trabajo. Nadie me
conoce, y tampoco saben quién soy. Ese que tienes en la otra celda no es de mi
célula. No puede saber quien soy yo…primera vez que caigo
Son tan idiotas…El Comando Uno soy yo mismo. Lo
inventé en ese momento. Me van a matar, eso lo sabía, entonces, los atormentaré
como ellos me atormentan a mi. Les dije que el Comando Uno les había hecho
seguimiento, que teníamos el nombre del colegio de sus hijos, el nombre de sus
abuelos, los documentos del testaferro, que les aguantaba las propiedades
robadas…el nombre de sus amantes…todo, todo.
Les dije que si no salía en 24 horas a ver mi
contacto mas inmediato, entonces uno a uno irían cayendo.
Se pusieron como locos…llamaban sudorosos a sus casas
a ver cómo estaban “los niños”…las amantes, los alcahuetas aguantadores.
Mas me golpeaban…y yo mas les describía falsas
operaciones de asalto. Sudaban de cobardía…se miraban entre sí…les dije que
estaban a punto de caer, y que el gobierno que representan es un tigre de
papel…que pronto las masas populares los derribarían…
El bichito que me torturaba empezó a explicarme que
con los niños y las mujeres no, que eso no era de honor. Que respetara la vida
de los inocentes, así como él respetaría la de los míos. Que entendiera que ese
era su trabajo. Que él era un empleado apenas. Que con eso llevaba la comida a
casa, y que, comprendiera que estaba allí por hambre, por necesidad…que él
realmente no era así, sino que a ser verdugo se aprende…se practica y se
aprende, aunque sigue siendo creyente en Dios, y todos los días se arrepiente
por lo que hace.
Soy un verdugo profesional, pero al llegar a casa me
comporto como todo padre de familia. Ni llevo los problemas del trabajo a casa,
ni traigo los problemas de casa al trabajo. En mi casa soy padre y amigo, y
aquí, simplemente, la ley…
¿Entiendes?- me preguntó.
Claro, hijo de puta, le respondí. Eres un asesino con
horario de oficina, le dije mientras me reía de mi propia salida.
Termina tu trabajo, le pedí. Golpéame fuerte, que me
quiero ir a casa. Anda, de prisa. Me voy a casa. Mi mujer me espera.
Dudó un momento porque no entendía…
¿Quieres que te mate?- preguntó.
No, le respondí. Quiero que me termines de matar.
Acaba tu trabajo con eficiencia. Dame el último porrazo. Mándame a casa.
Entonces me pegó. Fuerte, detrás de la cabeza, arribita
de la nuca. Ahí quedé, como dormido. Libre y sin dolor. A casa, pues,
tempranero, porque la calle es peligrosa ¿no es verdad?
Termino de lavarme y me pongo la camisa, Aurora, y te
llego para el café de la tardecita. En el morral llevo un kilito que encontré
en las veredas de Coche. Te lo llevo.
Dile a mi hijo que su papá es un duro. No confesé lo
no he hecho, y tampoco me declaré culpable de ningún delito que no he cometido…pero
tampoco delaté a los que no conozco.
Soy un duro. Soy tu esposo.
Solamente pienso en tus suaves y tibias manos.
Necesito que me des tu mano, que me acaricies, mi amor.
Dame tu mano.
YA VESTIDO Y LIMPIO, AL CENTRO DE ESCENA, UNA LUZ MUY
BLANCA LO ILUMINA. MUSICA MUY BELLA, TAL VEZ EL “CORO DE LOS ESCLAVOS HEBREOS”
DE NABUCCO (GIUSEPPI VERDI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario