martes, 30 de marzo de 2010

sandrito merchán


esta la escribí para mi libro Crónicas de Librea. Quiero compartirla:



CRONICAS DE LIBREA.

Sandrito Merchán


Por esos años de los setenta, todos los galanes de La Villa tenían una dura enganchada con Sandro, un cantante tipo huracán que vino de Argentina para estremecer las frágiles empalizadas de los jóvenes: a las hembras porque les debilitaba el prototipo de pretendientes potenciales disponibles en el caserío, de género más bien aindiado, pelo engominado, y arduamente pomposos, que poco podían encontrar al compararse con la felina figura, y hay que disculpar el cliché, repetimos, felina figura del apetitoso (otro cliché) Roberto Sánchez, que es como realmente se llama el Sandro de los terrores. Y a los hombres, panzones de barriguita cervecera, cambetos por el trajinar llanero, y sonrisa deficiente al faltarles uno que otro diente, par de incisivos, uno que otro canino, y las más de las veces, casi todos los molares. Por qué sufren tánto los molares de Los Villanos es asunto más bien de un tratado sobre odontología que algún día alguien escribirá. Pero, hala, volver al asunto. Sandro de América es una amenaza, y como no se puede contra su influencia, lo que queda es imitarlo en su sonrisa de lado, su pelo salvaje, su lisura abdominal y aquellos ojos negros de almendra, de gitano, de rompe virgos, que le adornaban. Emularlo en todo y cantar con voz tenor varonil, que es trémula en los fiatos, en los trinos, en las vocales abiertas y cerradas, débiles y fuertes. Cuando dice: Rosa, Rosa, qué maráavillosa como blanca diooosa, como flor hermosa, ves mi dulce pena al quererte a tiiiiiiiiiiii…aaaaaayyyyy, dame todos tus sueñooooos, dueñoooo de tu amor quiero seeeer…, ¡concho, ahí se termina el carburo!...Medias que se arrugan, pantaletas que vuelan, rodillas que tiemblan, brassieres que se desabotonan, etc.
Sandro es un verdugo, y engendra miles de Sandritos en toda América del Sur. No tan feos como Los villanos, pero tampoco más legítimos. Cada uno de los imaginativos Sandritos se sueña con alcanzar ese pico de fama que lo libere de la miseria y el anonimato. Que lo lleve a gozar un bolón en diferentes escenarios: México de primero, para zamparse buenas tequilas y tacos arrechísimos de picante Jalapeño., Tequilas con gusanito adentro y borrachera de películas, como las que ponen en el Cine Principal de frente a la plaza., de hembras súper buenotas como La Tongolele, Tere Velásquez, María Victoria y demás. Y, claro, llegar taconeando las propias botas vaqueras con espuelas de plata que inspiran respeto al más verraco que se ponga enfrente.
¿Qué les queda, entonces?...Ser Sandro, comer Sandro, respirar Sandro. Y es por eso que empieza a brillar la estrella de José Merchán, un bacalao, un vago, un cualquiera que, mas o menos, se parece al Galán gaucho y, para mayores, también canta, lo hace bien y hasta convence si se cierran los ojos. A su medida impulsan el Festival de la Voz de Oro de La Villa que organiza Raquelita Sáez (le apodan Raquelita porque es pecoso, tal como una cantante famosa de los sesenta y setenta, la favorita de los chamos de entonces), un publicista autodidacta que se moja las espaldas para organizar eventos.
La meta del Merchán es conseguir un patrocinio que lo provea de la pinta imprescindible para el antes, el durante y el después del festival: unos pantalones entallados, ajustados en las piernas y las nalgas, junto a camisas de faralaos gitanos, de cuello abierto y duro, con pinzas, tal vez de seda. Y, si no, Popelina elegante género muy popular por entonces. Se fija la meta y arranca a buscar casa por casa, la contribución necesaria para participar. Cuatro Fuertes aquí, dos fuertes por allá, y listo, ya tiene con qué vestirse para esa noche. Luego visitar a Tanino, único que en La Villa entiende de aparatos grabadores y cintas para Play Back, dijo con autoridad en el centro de La Plaza, debajo de los tamarindos donde se arrochela la cuerdita. Y Tanino que le graba las pistas y hasta lo ensaya para que mueva la cintura así, suavecito, pa`tras y pa´lante, con vueltica en redondo y apretadita de nalgas que las vuelve locas, eso gusta a las mujeres de ahora, le aseguró Tanino mascando un tabaco del carajo que le mandaron desde Villa Lola, un pueblito de aires frescos un poco más al sur.
Lo pone a cantar desde el centro del figurado escenario hacia los lados, enseñándole cómo manejar los perfiles, los tres cuartos, derecha de escena, izquierda y tales para darle mejor presencia escénica, le dijo, mientras Sandrito Merchán pelaba los ojos de agradable sorpresa al verse manageado con tantos primores. Aprendió a batir las pestañas como el original. A bailar rock&roll más o menos con gracia. Tuvo que olvidarse de los pasitos raspacanilla que se sabía. Bailar, no “pulir la hebilla”, sino danzar artísticamente, que no todo el mundo es vulgar y te van a ver las familias más decentes del pueblo, que ya sabes es gente finísima a quienes no les gustan esas vulgaridades. ¿Pero y la meneaíta? Ah, no. La meneaíta es clásica porque ya la usa Elvis en el Rock de La Cárcel, y ésta gente lo ha visto. Es más, Sandro de América es una copia muy talentosa de Elvis La Pelvis, reafirmó sus conocimientos de farándula el Tanino que tiene el honor de ser el único guayanés que trabajó como extra en una película de Tawa, El Hombre Mono mexicano, que filmaron en las selvas de San José de La Paragua, allá por 1950, por lo que le acalló protestas y obtuvo obediencia plena del aspirante a crooner. Desde ese entonces ensayos exigentísimos, con agua mineral incluida, chicléts de menta, toallitas Old Spice perfumadas, y un oh, sí, para demostrar cierta sorpresa al hablar. También el uso de las eles y las erres como tiene que ser. Que no diga “puelta” en lugar de puerta, ni “miélcoles” por miércoles ni “me sabe a mielda” cuando le reprocha algo: tiene que decir me tiene sin cuidado, me es inverosímil, no tiene importancia, junto a otras finezas de conversación. En una sola palabra, educarse.

Ya se sabe que fue duro, pero lo consiguió para esa noche de Agosto, perfumada y perfecta, durante la que se celebró ese primer y único Festival. Toda la aristocracia local ocupaba, como en las grandes Soirèes, la primera fila. Le siguen los arroceros de siempre, los “medio pollo”, los “arrimaos”, y finalmente los cualquiera, que hacen bulto y gozan una bola con mínima cosa…El Locutor, que es el mismo Raquelita, anuncia con otro cliché que… “La Villa se viste de Gala para darle comienzo a reñida competición en la que el voto sincero del público presente y de nuestras reconocidas figuras principales, en compañía de las fuerzas vivas ( es decir, prefecto, cura y boticario), tendrán la difícil tarea de elegir entre toda esta cantera de merecidísimos competidores, el, o la que será la purísima Voz de Oro, Ahora y siempre de nuestra querida tierra…”Y sigue diciendo otra buena cantidad de lugares comunes que se conocen de memoria todos los Speakers profesionales.

Sandrito (que se llama José, y le dicen Cheo, los conocidos, y Cheíto los íntimos) Merchán, en los urinarios que fungen de camarinos, se muerde las uñas hasta los codos. El Tiene que ganar: no solamente por poseer parecido con Sandro, sino porque es su única oportunidad de brillar con su diploma de Voz de Oro parroquial. Pasan antes que él, sobre el escenario del Cine Canaima, una buena cantidad de aspirantes que entonan todas las canciones festivaleras conocidas, hasta que el locutor lo anuncia. Entra despacio y garboso, sus empavonados bucles le brillan entre los ojos…etc, ( ese versito de García Lorca lo aprendió en La Academia Comercial Cimera, que enseña mecanografía, caligrafía y lectura, a muchachos pobres que no sirven para nada, es decir, para poco, y tienen esa chance de estudiar un por si acaso, con Doña Laura, la pupilera excelsa de La Villanía,), así de heroico siente su aire vital, su aura, su yin y yan le dijo Tanino, porque es artista y la fama, junto con su gemela fortuna se asoma a tu puerta, no la dejes marchar…le augura, repitiendo una canción de rocola, muy a propósito para ese momento estelar, presentado por Licorería El Samán, y producciones Tanino, s.r.l. Se concentra al tomar el micrófono, afina perfecta para zumbarse con “por este palpitaaaaaar que tiene tu miraaaaar, yo puedo presentiiiiir, que túuu debes sufriiiir, igual que sufro yoooo, por esta situacióooon que nubla la razóooon, sin permitir pensar. En que ha de concluiiiiir el drama singular, que existe entre los doooos, tratando simular, tan solo una amistaaaad, mientras en realidad se agita la razóoon, que turba el corazóoon, sin permitir pensar… tratando de decir yo te amo, yo te amo, yo te aaaaaamooooo…” Como temblaba igualito que el argentino, y movía las caderas con mucho swing y sex- appeal, acabó al pan de piquito”. Cheo Merchán ganó La Voz de Oro en ese primer Festival. Esa noche ascendió al Empíreo. Se mandó a medir el traje de la popularidad y de la legitimación a su vagancia. No es que sea un inútil, es que es artista, descubrió La Villanía. Desde ese día no aceptó sino que le dijeran Sandrito Merchán, como única seña, y respete, por favor, porque ya se veía montado en un Cadillac, chupando habanos importados desde la mismísima isla, y quebrando espigas de mocitas sandungueras siempre a la órden de tipos requetefamosos como El. Arrancó a soñar, montando las alas del arcángel poderoso que conforta a los que viven en la esperanza.

A la semana siguiente de su pletórico triunfo no le alcanzaron los días para atender las invitaciones a todo lugar que le dijeran. Así fue que entendió que caía bien. Se reían un poquito de sus contorsiones, de su balandronería, del tumbaíto coquetón que llevaba al mover las nalguitas así, frunciendo la boquita y dejando escapar susurros al entonar románticas canciones del Gran Sandro. Decía: “la noche se prendió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel, y el mar se tornó celoso y quiso en tus ojos, estar él también”…mientras, voltea los ojos y luego los cierra poseído de un temblor ensayado que lo mueve todo, desde el pié hasta los dedos de las manos, e intenta denotar intensidad sincera de artista integral. En el fondo de sí, lo es. Sueña igual que escapa volando de la constreñida sociedad que lo revuelca, que lo acepta a medias gracias a su payasesco talento para imitar. Se figura en los grandes escenarios alegando más atención a los niños pobres de todo el mundo, pidiendo por ellos, a lo que el público contesta aprobando con prolongados aplausos y lágrimas sinceras, aparte de los gritos de histeria de las carajitas que sí saben apreciar su sensibilidad y ternura, porque el hecho de ser artista y famoso, no lo privará de su sencillez humilde, y por ello aboga por los de su clase, porque los ricos como él también lloran. Luego de tan absoluto triunfo, salir volando del Teatro Las Bellas Artes en México, a llevarles tortas y pulques a los menesterosos de la Plaza Garibaldi, igual que hacía Pedro Infante cuando alcanzó la gloria. Se escucha apoyando a las madres maltratadas y abandonadas, igual que la suya, que parió una camada de carajitos así, sin darse cuenta, violada una y otra vez por el accidente llamado papá, que le volaba encima en cada borrachera, y a veces sin borrachera, la esparrancaba y entraba con violencia a sus frágiles tejidos fracturados de tantos partos difíciles. A tipos como esos los quiere en la cárcel de El Dorado por maltrato prolongado a mamá y carajitos indefensos. Pero también quiere verlo en uno de sus conciertos, a la salida del espectáculo, llamándolo Cheo, Cheíto, y él que le pregunta qué se le ofrece al señor, y el despreciable violador que le dice no me reconoces, soy tu papá, y Sandrito que le responde, papá y mamá solo tengo una, que está muy lejos y en una cama convaleciente de prolapso y mal de parkinson debido a los maltratos de un hijueputa que la baldó, mientras le ordena a su valet que le dé unos cuatro fuertes para que se remedie el hambre y que no lo moleste más. También se descubre en sueños dictando sus memorias a un escritor fantasma, que describirá con elevados giros creativos la vida de Sandro Cheíto Merchán, el muchacho guayanés, el sute talentoso que salió de sus cujisales a ganarse la vida en los grandes escenarios del mundo: Olimpia de París (leyó en una revista que es de los mejores junto a El Liceo de Barcelona, España; Coliseo de Roma y Las Ruinas de Carracalla en Italia). Hasta allá vuela con su imaginación. Allá se escucha hablando macarroni, pidiendo aplausos en griego y solicitando un jamaneg (Jam and egss), a un mesonero gringo niche y educado que le atenderá con guantes blancos, igualito a un pastelado efe, que compra por 0.50 ctms al marchante que vocea cada mediodía frente a su casa, mientras deja sonar indeteniblemente una cancioncita compuesta de acordes de xilófono y violines, medio tediosa pero familiar. El quiere que su vida se vuelva una novela. Una vaina dramática. Con muerte heroica como Gardel, o el mismo Pedro. Una maraca de vida llena de lujos, de comida que jode: un perolón así de grande full de Palo a Pique con casabe galleta, una palangana hasta el copete de guarapo de Catuche, dos o mas panelas de Pasta de Guayaba, Catalinas o “cucas” con ajonjolí, Cabello de Angel para untarle a las galletas, Cagaleras, que es pan con papelón y queso rayado. Envueltos, Roscas, Marias Luisa con bastante azuquita por arriba. Y un par de canecas de chicha casera espesita. Todo lo que él quisiera de exquisito en abundancia. Al volver a La Villa, boleao de dólares, compraría todos los cortes de casimir a los turcos y mandaría hacerles un traje a cada hermano, zapatos de lujo, interiores de algodón que no raspen las bolas…, a sus hermanas sedas, organza, satén, popelinas; sostenes Van Raalte para la vieja, leonisas “manga larga” y un par de cholas hechas a mano en El Manteco donde las hacen de pinga. Para otra gente que le solicite, dará ayuda proporcional a sus necesidades: alpargatas de suela para fiestas importantes, y para el diario las ya conocidas hechas con llantas de carro; para los niños escoñetados por el hambre un comedor popular con sopa y seco, más un guarapito de tamarindo que ayude a digestar el bocaíto que se lleven a la boca. Sin nombre el comedor, porque el arte es de todos. Mandará también hacerles casa a los locos del pueblo: a Gorila, un demente sin nombre que igual parece un mandril y que vaga de noche y día, sodomizando, cuando se dejan o puede, a otros orates que, idos y todo, al divisarlo pegan la carrera porque el Gorila es de los llamados “bien dotados” y los dejaba estropeaditos, sin poder sentarse por unos cuantos días. A Lamparita, un pobre extraviado que iba de arriba abajo podrido de una pierna, que sufre una llaga crónica a viva piel, y se alumbra con un fanal a kerosén, de día y noche. Un Diógenes extraviado en los paralelos tropicales del cantón, que pide gimoteando su comida. A Juan Farfán, que lleva y trae basura de las casas a cambio de monedas, y al recibirlas de las mujeres especialmente, sobre todo las viejas como él, agradece, para gruesa diversión de sus víctimas, invitarlas a fornicar, con gestos indubitables. Y a su preferido, Kilometrico, un loco que camina desde La Villa hasta El Pao en ida y vuelta solo para tomarse “un fresco cojonudo” que solo los gringos de la Iron Mines co., saben enfriar, friiiito, según él. Es un loco corre-caminos que hace fácil los cien kilómetros entre ir y venir, alegremente, invocando a fuerza de jaculatorias a los santos y otras entidades a lo largo del camino. Ese es un orate berraco para caminar. Si fuese posible, y se lo aceptaran, lo mete en los olímpicos, seguro de que ganaría. Su vida la pasa en eso. Tirado en una hamaca, lejos del sol que lo mancha, alejado de la brisa que le afecta la garganta, cuidando sus manos y lijando sus uñas para estar listo cuando lo llamen de Caracas a grabar su primer disco, planifica su futuro en todo detalle, y desprecia por bobaliconas a las paisanitas que se le ofrecen graterolachas, al pasar enfrente del porche de su muy modesta casa, solicitando que “le haga el favor un momentito, chico, que tengo que decirte algo urgente. Te espero esta noche en la plaza”. Pero las despacha sin disimulos porque él es artista, y un artista es un sacerdote. Célibe, reserva para las grandes y hermosas mujeres del bussines show. Y ni de vaina va a desperdiciar su sex-appeal con zafias chusmas criadas por estos matorrales. El se reserva para triunfar. Para eso su manager, Tanino ha viajado varias veces a Caracas con pistas de Sandrito, y unas fotos de cuerpo entero a las disqueras para que lo escuchen. Habla maravillas de su pupilo, y lucha por ganarle un espacio. Pero, todavía no. Ha surgido un nuevo cantante de música folklórica, carupanero y tenor que gana todos los espacios. Ese tenor, por cierto, y de acuerdo a su propia confesión, también comenzó cantando como Sandro. Igualito decían las muchachas en Mérida, donde dirigía la estudiantina de día, mientras de noche daba serenatas. Ese, Gualberto Ibarreto ha pegado una guasa popularísima que en ese supuesto año de Sandrito Merchán arrasó en ventas y premios por todos lados: le apodan “El Cantor de La Voz del Pueblo”, y es formidable. Tanino volvió con la noticia y Sandrito Merchán tuvo que reconocer la calidad del otro. El próximo año, se juraron. Tampoco. Al año siguiente fenomenizó al país Reynaldo Armas, folklórico también que se la comió con “una casita bella para ti”, dedicada a su mamá de él. Al año siguiente entró como una bala Reyna Lucero, con Carrao Carrao. Después de Reyna, Montaner, Pecos Kanvas, repite Trino Mora, aparecen Mayra Martí, Doris Hernández, Cristóbal Jiménez, Mirla, Los Tres Tristes Tigres…Uno por año, y siguen saliendo de todo tipo. Ahí se embalan Franco de Vita, Ilan Chester, Yordano, los del Rock, los Chamos, Unicornio. Año tras año surge un fenómeno, mientras, Sandrito Merchán luchaba en La Villa por mantener el vestuario al día, ya muy difícil, porque le creció la panza. Las piernas. Los brazos. El cuello le pasó de doce a dieciséis, y se le acabó la paciencia. Tuvo que admitir que eso de cantar como profesional es altamente jodido, y se vio haciendo cola en los portones de las empresas básicas, donde entró como obrero en los hornos. Le tocó palear escoria por turnos: una semana de once de la noche a siete de la mañana, otra de siete a tres, y luego de tres a once, guardias rotativas y muele gente. En cada pala que entraba a los hornos se quemaban gónadas y se alejaban sueños. No iba a poder pasarle factura al malaleche de su papá. No iba a coronar su deseado comedor para chamos pobres, no iba a nada. A lo máximo que pudo llegar fue a cantar en los actos culturales de la empresa, que suele estimular a sus trabajadores con jornadas de descanso los fines de semana, en la cuales aquellos con ganas y talento, una de dos, se atrevieran a echarle bolas a participar, llevando sus playbacks, claro. Su primera vez fue fatal. También fue su última porque cuando arrancó con Rosa Rosa qué maravillosa, mientras movía las nalguitas le empezaron a gritar ay marico, puchungo, mariposo, pargo, mamita, y tuvo que interrumpir pidiendo excusas al sagrado público, porque él era un hombre, y no iba a permitir que unos chimbos como estos borrachos les falten el respeto, tanto a él como a ustedes, y por eso tiene que bajarse a darles unos coñazos a estos carajos que me enseñaban sus “partes” cuando temblaba de los pies a los dedos de las manos. Pero no.

Los pingazos los cogió él porque los carajos además de jodedores eran un fenómeno moviendo las manos. Así que la pérdida fue total: con remoquete de maricón y los ojos tumefactos tuvo que volver a La Villa. Con esa mala fama, y luego de la zaparapanda de ñeques que recibió, no podía regresar al trabajo. Corría peligro de que lo tarasquearan en los baños colectivos. La clase obrera, como dicen los manuales de la vida, tiene esas malas costumbres. Les encanta “pegarse” al que se “deja querer”, que es una forma tierna de denominar a los homosexuales. Y aunque no lo era, esa chapita no se la iba a quitar más nunca. Es mejor renunciar. A tiempo, porque Tanino se murió de un infarto, y con él los sueños de pasar desde La Villa a la gran ciudad y de allí al extranjero se fueron tres metros bajo tierra. Ese día del entierro lloró desbocadamente donde nadie lo veía. Ese infarto también lo era al corazón de sus ambiciones. Como quiera que fuese, Tanino era el único iluso que le creía el cuento, o tal vez le veía el futuro de su talento. Gastando ahorros y tomado empréstitos para promoverlo, Tanino le pedía tesón y paciencia para esperar el día en que llegara su oportunidad. “Su” autobús, le animaba. Un amigo que le alentó para seguir, pero, muy a pesar de tánto entusiasmo, cada día que pasa Sandro, su ídolo, iba desapareciendo de las pantallas de televisión, y de los titulares de farándula. Otros cantantes tan poderosos como él aparecían tumbando las palizadas. De España Julio Iglesias, y Nino Bravo. De México Juan Gabriel. De Venezuela José Luis. Eran muchos y buenos. Sandro se diluye. Sandro un día se ha ido. Los pantalones y camisas que componen el vestuario de Sandrito también. No aguantaron las cientos de lavadas y reutilización para todo evento. Para colmo, los músicos panas que lo acompañaban mientras llegara su triunfo, se cansaron de cobrar en especie y se aliaron a un grupo de charros que animaban fiestas de todo tipo, dejando a Sandrito para las tascas y tabernas, y más lueguito para los restaurantes de comida, que contrataban cantantes para que animaran a los viandantes con el fin de atraerlos como clientes, que acudían, claro, en su mayoría borrachos, viejas y putas. Cheo Merchán (ya nadie le dice Sandrito), decae realengo día y noche sin trabajo, sin manager, perdiendo la voz por las continuas borracheras que se mete, durante las cuales suele violar a su concubina, y carajeando a quien pueda. Su fantasía rodó de esquina a esquina, hasta los Abriles de hoy que, recostado en las Casias de Siam de la Plaza Central, chupa sus incisivos, recuenta los caninos, añora los molares, preso de una pobreza vergataria, contando y recontando, por un palo de ron, la noche de su victoria hace treinta y seis años, uno detrás del otro.

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