Lo que queda de la tristeza
MI Alma:
Como tu bien sabes yo no creo en vainas metafísicas, ni en encrucijadas del más allá. Ni creo que la suerte en los humanos sea un hecho concreto. Aunque, y muy a pesar de que los panas míos requetejuran que soy agnóstico, en realidad soy cristiano, tanto, que llego a considerar a Jesús un hermano mayor bondadoso, y con el que, no pocas veces me tomo una confiancita. Claro que los fanáticos que tocan a la puerta con una Biblia en la mano, el día que, precisamente el autor original de la religión que profesamos dice que es para descansar, se molestan conmigo por la sonrisita de sorna conque los despacho, y entonces me amenazan con excluirme del Paraiso y de cualquier otra pendejaíta que aparezca en el legado de Jehová a Jesús.
Pero no me preocupo: ¿quiénes son ellos para repartir las parcelitas del otro mundo?
En la premisa, digo yo, de que “el otro mundo” exista.
Y ya te dije que no creo en el más allá. Entonces, me conformo con este tránsito por la vida. Si algún día, como sospecho, te falto, dile a mis hijos que la verdadera vida eterna, para mi, y según mi Hermano Jesús, está en hacer las vainas bien hechas, y en, ¡oh, tonto de mi!...Amar al Prójimo...cosa que está más que difícil en el país que hoy ocupamos.
Ya te explico.
Luego de esta retardada confesión de mi fé verdadera con la que ando más que cómodo, te tengo que decir que reconozco con cierta preocupación que la cuestión como que no es nada más que to live and allow to live. Parece que existen algunos detallitos que yo no manejo muy bien, aunque, te insisto, me saben a soda.
Hace unos meses acepté una invitación de Ricki Ricón que andaba de lo más emocionadito con una lagartija de San Félix bien feíta, por cierto, y a la que pensaba impresionar con todo y sus cincuentaynueve años de juventud (el muy bobito olvida que la juventud, a esa edad se nos ha ido horrorizada, hace muchos años. Pero bueno, en concordancia con lo rebolsas que se ha puesto, no lo considero responsable de aferrarse a lo que no existe). Sigamos: El Ricki Ricón me invita para decirle a esa Mato Rayao mire usted que este profesor de teatro muy reconocido y tal, es mi amigo personal para darle unas clases de actuación...Y a mi: es que ella fue contratada para hacer de india en un película que filmarán en Guayana, y yo le he prometido que tu le darás unas clases. Y yo que le respondo bastante acidito, como es habitual en mi, coño Ricki para que una india haga de india no necesita clases de actuación. Simplemente se comporta igual que todos los días. A menos que vaya a hacer el papel de esposa de Vishnú y ya no sería india de guayana, sino Pakistaní, o Indostaní, o qué se yo, pero en todo caso, eso llevaría más tiempo del que disponemos, y antes debemos (con la caraja enfrente, boquiabiertota por mi franqueza), emplazar a esta joven para que le digan si es una india de las ochocientas mil que actuarán como extra, o simplemente, la contrataron para hacer de mujer de Chacao, Caricuao, Tiuna, o cualquier otro aborigen que se sepa estuvo casado porque, es necesario aclararlo, más de uno de esos nativos tropicales era medio puchungo.
La respuesta era obvia. La pobre y esmirriada flacuchenta estaría entre las millón seiscientos mil extras que despiden a Colón cuando se dice que anduvo por Macuro, El Golfo Triste.
Nada que ver. Con el desencanto en la boca El Ricki Ricón se llevó a su medio pollo calle abajo.
Yo me quedé en el boulevard suspirando de irritación por el affaire, pero ¿qué hago, mi alma?
Cuando empecé a pensar en lo que acababa de ocurrir, a elaborar un argumento plausible que me apartara el amargor de la boca por haber envenenado al frágil musculito cardiovascular de la tablita que pretende El Ricki, explotó el verdadero drama, motivo de esta carta, que me estaba esperando ese día.
Era una caraja más bien fea. Realmente fea, pero, no se explicarlo, muy femenina.
Le había llevado, embojotado en busaca de papel, pero bien de primor, el almuerzo a un tipo que se sentaba un par de mesas más allá de donde estuve parado. Ella venía dinámica, tal vez alegre. En el caminar pude notarle, aunque no lo advertí en el momento (más bien lo recordé hace un par de días, cuando volví a verla), un buen par de nalgas. Unas nalgas respetables y furibundas, generosas, sin llegar al escándalo, afincadas con firmeza en una buena cintura, y completadas con dos tetas ya vejuconas pero paraditas. La caraja no está mal, en dos palabras. Lo único inarmónico es la cara. Sin melodía, ya te dije, con los ojos saltones, los cachetes achinchorrados, las cejas a un kilómetro de los ojos y la frente de pista de aterrizaje. Fea, en cuatro palabras.
Allí llegó en pleno mediodía. Aún antes de pararse enfrente de El Tipo (vamos a llamarlo así para nunca conocer su nombre), tuvo el detalle de comprarle una botella de agua fría, y de desplegar un mantelito para el lunch que, evidentemente, le llevaba al manganzón.
Aún no se por qué El Tipo se arrechó, y le despreció el almuerzo. Fue un flash intenso, de un segundo, el que brilló antes de que explotara la angustia y el recelo de la mujer. Cuando debió haber sentido rabia por haber sido maltratada, cuando debió (yo, en su lugar lo hubiera hecho) estampillarle el sánguche por el pecho a El Tipo, y mandarlo bien largo al carajo, la mujer se fundió en la llamarada del desespero:
¿Cómo - preguntó- se yo cuál es la comida que te gusta? –dice’. ¿Qué hago, qué te doy, por qué no me dijiste lo que querías?
El Tipo se metió en un bar, una fonda, yo no sé, y la mujer caminaba en el mismo sitio, dando vueltas reconcomiosas, brillando con un pantalón de cierta calidad que le resaltaba las nalgas, y una blusa, perdóname que te lo diga, pero yo conozco los géneros finos del vestir, que se le pegaba al cuerpo tanto por el sudor como por la prisa al girar sobre sí misma sin saber qué hacer.
Me fui de allí porque ya había visto suficiente y para mi trabajo de escribidor era un instante irrelevante y más nada.
Hasta hace dos días, o ayer, no recuerdo. Anduve por el boulevard buscando alguito para comer. Tu sabes que hay días es que no quiero sentarme a la mesa, y prefiero comer parado en algún sitio que se me atraviese.
Y entonces la mujer, vestida de la misma manera, pero esta vez llevando anteojos de marca, no medicados sino cosméticos, me siseó:
Shhhhh..., hey, señor, ¿me permite un momento?
Rápidamente anoté el detalle de lo correcto al pronunciar el idioma. Las cadencias, tu sabes, identifican al hablante.
Me detuve un segundo apenas, pero al darme cuenta de que me iba a pedir dinero seguí caminando. Sí me pareció anormal que una persona que se adivina es educada y con cierto refinamiento esté pidiendo plata en la vía. Eso no lo hacen las personas de cierto nivel. Las personas de cierto nivel resuelven de otras maneras ¿no es así?
Otro peatón se detuvo y ví que se metió la mano al bolsillo para darle. Très bièn, me dije. Anda buscando la vida.
Al sentarme con Frodo, mi hermano, y unos representantes de La Embajada, tu sabes Frodo es ahora un funcionario público de cierta importancia, pude enfocar a la mujer.
Entonces sí la ubiqué. Cuando siseó se me encendió la máquina del recuerdo. Es la gimiente mujer que rogaba para que un atorrante le aceptara el favor de haberle llevado el almuerzo. Es la misma mujer lacrimosa que ahora, sin que el hambre la acorrale, pide dinero en la calle.
Me hizo recordar a las putas de París. A las Cochines que pululan en La Rùe 16 pidiendo francos, euros, dólares, pesetas, lo que sea para lo que sea...Pero esta, Mi Alma, seguro anda pidiendo plata para El Tipo.
Mi hermano estaba explicando una vaina complicadísima de la educación en nuestro país, y los personajes de la embajada le escuchaban con mucha atención. Yo, mientras, no la perdía de vista. Pensé en La Traviatta, como en la ópera de Verdi le decían a Margueritte Gautièr.
Antes de cruzar la esquina la mujeruca se volteó sonriendo, para despedirse de mi, no me explico por qué.
En un ínterin anoté en mi cuaderno: atención, caminos que se cruzan. No es casual. Seguro que volveré a verla. En esa historia estoy metido yo sin haberlo solicitado. Cuidado con el destino...
Entonces me fuí a cenar con Frodo y sus nuevos amigos.
¿Tu qué dices, Mi Alma? ¿Se estará cocinando una extraña situación? Si es así no me preocupa, Mi Hermano Mayor no me pierde pista. Para eso es el mayor, ¿qué crees tu?
Buenas noches, Mi Alma. Llámame.
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